Siendo de los primeros becarios en la Universidad de El Salvador, por nuestra flagrante pobreza, sin duda alguna éramos para la directora del programa, los indicados para atender la invitación del Departamento de Estado e ir a los EEUU y nos fuimos. Estuvimos hospedados en un viejísimo hotel en Pasadera. De los tres intérpretes que nos acompañaban, uno era maricón evidente y confeso y por las noches, medio a verga, solíamos joderlo llamándolo por teléfono, lo invitábamos a nuestro cuarto pero no le decíamos cuál era. Harto de nuestras niñerías nos increpó una mañana, pero nadie tuvo los huevos para responderle. Callamos, como buenos culeros, aunque nos preciáramos de ser muy vergones ante el pobre marica.
Visitamos la muy preciada Universidad de Los Ángeles, UCLA y los estudiantes gringos que aún no conocían de Viet Nam, dormían el dulce encanto de sus sueños de gran potencia imperialista. Por eso, les parecimos muy politizados y se mostraban asombrados, de modo que fuimos noticia en su periódico estudiantil. Periódico impreso, no como los periódicos murales en la Universidad, donde estudié en Moscú y donde publicaron mi cuento de las dos parejas, traducido al ruso. Como mucho chingaban por su contenido crítico del socialismo, el cual seguramente fue abultado por el traductor, una noche de borrachera lo arranqué y, sin proponérmelo, lo hice famoso. Todos querían leerlo.
Pero bien, en una fiesta que nos organizaron los gringos al anochecer, conocí a una hermosa gringa de origen ruso, pero yo no hablaba ni inglés, ni ruso; sin embargo, logramos comunicarnos. El leguaje del amor en la juventud no conoce de barreras.
Fuimos invitados a una empresa vinícola, donde catamos más vino del debido y, obviamente, yo estaba muy alegre, muy sonriente y muy platicador. Recuerdo en medio de las nieblas de mi borrachera, que le pegué una buena amasada a la chava, no se si llegamos a hacernos el amor. Lo que si se que al día siguiente, estábamos en San Francisco y la gringa de origen ruso me llegó a buscar al hotel. Pero yo, por andar bebiendo con los amigos, no me encontraba presente. Me dijeron que me esperó hasta media noche, pero nosotros fuimos apareciendo al amanecer. Esa noche, seguramente, en vez de libar alcohol hubiese libado las mieles del amor. Pero qué le íbamos a hacer, si bien en mi destino estaban las rusas, el tiempo aún no había llegado. Pero pronto llegó, pues, tras unos cuántos meses, partí entusiasmado para la URSS. ¿Y cómo no iba a irme? Había conocido las maravillas del capitalismo desarrollado de los E.U. Y pensaba: cómo no será de cachimbona la Unión Soviética, siendo como es de superior el socialismo al capitalismo? ¿Pendejadas de la juventud? El ser joven tiene sus ventajas, nos anima a ser, a vivir, a descubrir, a conocer. Después, ya veremos lo que ocurre.
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Durante la Semana Santa y particularmente el Viernes Santo, si no eres miembro confeso de alguna religión vinculada al cristianismo, herencia infame de los españoles y tampoco te gustan las aglomeraciones de las playas o los lugares de descanso tradicionales, seguramente estarás en tu casa harto de todo y de todos, con calor y sin más deseos que una cerveza bien fría. Si no eres alcohólico, no habrá problema pero si lo eres como yo, estarás preparando algún huevo.
Por esta época yo vivía en un pueblito, llamado San José Villanueva, el cual era muy adicto a las alfombras, esas que se construyen con sal teñida y con motivos religiosos, los viernes santos. De mis hijos, el mayor, se había vuelto un experto diseñador y realizador de las tales alfombras, más de veinticuatro horas, sin dormir, sin bañarse y mal comido, las dedicaba a la máxima creación del Viernes Santo: la mejor alfombra del pueblo. Toda la emoción del duro esfuerzo concluía cuando los transportadores de la Santa Urna, pisaban y destruían la alfombra.
Pero en esta ocasión, yo estaba borracho y decidí ir a caminar sobre la alfombra, y mientras la destruía les dije: No soy el hijo de Dios pero si del hombre y por tanto, declaro esta alfombra solemnemente inaugurada. Mi hijo, me vió indignado y me manifestó, Papá esto no te lo voy a perdonar nunca en la vida. Las chicas coautoras de la alfombra se llevaban las manos a la cabeza y gritaban, No, no puede ser. Los muchachos, gritaban, Hijo de puta borracho. Y un señor, que pagaba la sal, manifestó seriamente, Llamemos a la PNC y que entuben a este borracho cabrón.
Pero yo avanzaba en busca de otra alfombra que destruir, no creo que en mi hubiese una actitud antirreligiosa, aunque siempre me ha parecido el cristianismo una religión exótica y he considerado a los occidentales como imbéciles por su incapacidad de pensar una religión propia, aunque lo que esa tarde noche hacía, era tan sólo fruto de mi borrachera. Estaba a verga y quería joder todas las alfombras que con tanto esfuerzo había realizado la gente. No les quería demostrar nada. Que eran fanáticos religiosos lo sabía, pero nunca me burlé de ellos, veía sus trabajos con seriedad y hasta los valoraba por su calidad estética. Pero esta tarde queriendo convertirse en noche, mi verguera me inducía a joderles las alfombras.
Caminando iba en busca de otra alfombra, cuando una bella mujer me tomó del brazo y me dijo, Si jodés otra alfombra te van a meter preso, papito. De manera que lo mejor es que te vengas con migo. La vieja tenía razón y además estaba buena. Vámonos al puerto mejor cabroncito, aquí ya hiciste suficiente relajo. Y me fui con ella, por el camino me comentó que ella era atea, pero que sin embargo disfrutaba mirando aquellas conductas primitivas. Pero que dadas las circunstancias lo mejor que podíamos hacer era irnos a revolcar en algún motel. Y lo hicimos.
El huevo fue al día siguiente, perdí quince días de libertad y dos cientos dólares, pero gané un cuero con el cual pasé casi un año cogiendo, hasta que me pidió en la siguiente Semana Santa, que fuera a joder las alfombras de Suchitoto, su pueblo natal, pero yo me negué, porque no estaba a verga.
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A los casinos llegás a joder, aunque te des paja de que llegas a ganar, ellos son expertos en manipularte por eso te regalan toda la bebida que quieras, que cerveza, que vino, que cubas libres, que guisqui, lo que querrás, el punto es que te pongas a verga para que no te importe lo que has perdido y si has ganado para que lo volvas a perder.
Yo, ciertamente, no puedo decir que fuera un asiduo visitante, pero llegaba de vez en cuando y cierta noche, a la par de mi maquina, se encontraba una joven hermosa, iba ganando y de sus labios sólo se escapaban sonrisas. No voy a decir que yo no estuviera molesto de sólo verla ganar. Pero ya sabía como funcionaba aquel negocio, de tal manera que seguí jugando sin reparar en sus ganes. Y llegó el momento en que sólo yo ganaba y ella sólo perdía. Entonces se puso muy amistosa con migo, comenzó a ·socar· ante mis posibles ganes, me buscó cerveza, se ofreció a cambiarme los billetes de a diez dólares que no aceptaba la máquina por billetes de a cinco, etc,
Para no cansarlos debo decir que la mamita estaba acabada, pero quería seguir jugando como todo jugador, de modo que le regalé cinco dólares, los cuales pronto se los comió la máquina, éstas cuando no pagan son tragonas, como lo sabe todo jugador. Le regale otros cinco y la misma historia. Entonces mirándome a los ojos, con todo el encanto que había en su mirada, me pidió prestado diez dólares, se los di a la par que pedí un güisqui, la verdad es que tenía frío, así como ganas de ponerme a verga. Estaba ganando y era temprano.
La chica ya me debía veinte dólares, pero sus ganas de jugar iban en aumento, cuando vió que no podría sacar más con migo se puso clara y me dijo, Mirá, papito, por cincuenta dólares, me podría ir a acostar con vos. Estas viejo, pero aún apetecible, ¿qué pensás?
No había mucho que pensar, era obvio que lo que quería era mi plata, pero yo tampoco estaba para hacerme el remilgado, de modo que llamé a mi motorista, nos fuimos a un motel y cogimos de a galán. Le pagué sus cincuenta pesos y volvimos al casino. A la media hora los había perdido y a mi me pareció que sus recursos se habían terminado, porque otro polvo con migo no sólo parecía imposible, sino que era imposible. Pero ella, era más lista de lo que yo pensaba.
Yo seguí bebiendo y al rato me sentía medio a verga, fue entonces que ella al ver que seguía ganando, empleó sus armas secretas. Ya no se trataba de conseguir unos cuantos dólares, sino que aspiraba a dejarme limpio. Fue entonces que me dijo, Ya jugamos bastante, qué le parece si vamos a cenar. ¿Cenar? Efectivamente, tenía hambre, desde las tres de la tarde no había comido nada, pero si había bebido mucho y ya eran las dos de la madrugada.
Y a dónde vamos, le pregunté. Ya verá, me dijo, yo tengo un lugar secreto y terminamos en su apartamento.
Me dio de beber, no recuerdo si comí, pero a la mañana siguiente, amanecí en mi casa a donde me llevó el motorista, sin cinco y con terrible dolor de cabeza. Ella, no sólo era jugadora, sino puta y ladrona.
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Comenzamos a beber con un compañero de trabajo que poseía automóvil en El Don Pedro, aquel ubicado en la Roosevelt, el viejo, el primero y cuyo slogan era, Si le pareció nuestro servicio dígaselo a sus amigos, sino a Don Pedro. Este chero con el que andaba y que después murió ahogado al enredarse en las lianas del lago de Ilopango, le encantaba el trago blanco, a mi en cambio sólo cerveza o guiski, pero poco, porque me ponía a verga y perdía la conciencia. Después de echarnos una botella de vodka, yo no recuerdo qué pasó. Desperté en la playa con una chava, que no sabía quien era, de dónde había aparecido, ni cómo había ido a parar hasta el mar. Dicen que son lagunas mentales y que existen alcohólicos que les han durado hasta más de una semana, la mía fue de tan sólo media noche, pero estaba en un gran huevo. Ya había aclarado, el chero quién sabe que se había hecho y yo me encontraba con sólo mis calzoncillo en la playa. Afortunadamente a un lado teníamos una botella, de modo que para mientras se aclararan las cosas, me empiné la botánica y se me fueron los problemas.
Como a la hora, luego de haberme bañado con la chava en el mar y de cogerla aprovechando el manto de las aguas salitrosas, fue apareciendo el compañero, quien venía con otra mujer. Ya despertaste, me dijo. Si, respondí. Pero la verdad es que estaba nuevamente a verga. Vestite, me dijo, allí en el carro está tu ropa y la de esta chava.
Me contó, después de dejar a las putas en un burdel lo que había pasado. Y a propósito, agregó, me debes cien pesos. Bueno respondí.
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Al momento de partir hacia Moscú, tenía cuatro novias y a ninguna me cogía, razón por la cual sufría de terribles dolores en los testículos, en la URSS ya no padecí de tal molestia, aprendí a desaguarme o a descargarme. Pero de lo que quiero hablar es de lo complicada que se me hizo la despedida, sabía que una de mis novias estaría con seguridad en el aeropuerto, en el viejo, el de Ilopango, pero que era mejor que aquel al que llegamos en Moscú, de manera que con ella quedamos de despedirnos en el aeropuerto y lo hicimos con un beso largo, con un poco de llanto y con más de alguna promesa. Ella murió para la guerra, la misma noche que los jesuitas, era una mujer sensible y revolucionaria, formada en las filas del PCS, como casi toda su familia y yo creo haberla amado, aunque nunca la volví a ver, desde mi partida en el aeropuerto.
A otra, que era mi compañera en la facultad de derecho, le dije que yo no era bueno para las despedidas y que mejor nos viéramos en la facultad. Así lo hicimos, ella quería que hiciéramos el amor y yo también, pero tuve escrúpulos de cogerla y dejarla preñada, sin saber cuándo habría de volver. Habíamos pasado buenos momentos cuando después de los mitines, su cuñado nos sacaba del parque Libertad en su carro, en donde yo había hablado y nos íbamos a joder.
A la novia del pueblo le escribí una carta. Y a la de Cojute, la había ido a ver el fin de semana anterior. Dormí en su casa, como solía hacerlo, cenamos majonchos asados con pan francés, y luego nos dedicamos al besuqueo, pero nada de sexo. Eso es lo que yo creía, pero había llegado a su casa con muchas cervezas consumidas y si bien yo no creo que exista una relación causal entre bebidas y sexo, de lo que no tengo duda es que existe una correlación y yo, cuando bebía más de la cuenta, era casi imposible que contuviera mis ganas de mujer. Y es por eso, que terminé creyendo, cuando ella me escribió una carta a Moscú que tal parecía que me la había cogido a pesar de toda mi retórica al respecto.
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Safari se llamaba aquel nigt club ubicado al final de la Escalón, cuando aún no existía el redondel Plastymet, -llamado así por los chicos plásticos que bebían a su alrededor- en el cual para la ofensiva del 89 la guerrilla izó la bandera del FMLN y perdió todo su encanto para la pequeña burguesía reaccionaria y arenera. Safari se llamaba aquel lugar porque además de bebidas, te ofrecían un buen show y la oportunidad de que cazaras algo o que fueras cazado por las chicas ficheras, quienes te hacían pagar por un güisqui y se tomaban tan sólo un te. Ese era el negocio y por eso, Safari se llamaba. Pero allí conocí a una hermosa chilena que soñaba con poner una fuente de soda, cuando lograra regresar a su país, luego que derrocaran a Pinochet, la causa de su exilio. Por ahora cantaba, mientras su hermano la acompañaba con la guitarra. Y lo hacían muy bien. Nunca olvido aquella su canción de apertura, Y ese toro enamorado de la luna, que abandona por la noche su maná, está pintado de….. Y le puso campanero el mayoral… Bello que cantaba. Yo no faltaba viernes, ni sábado a escucharla y creo que me estaba enamorando de ella. Huevo serio enamorarse de una artista siendo un pobretón como yo lo era.
En cierta ocasión, luego de observarme numerosas veces en primera fila, decidió sentarse en mi mesa y al verme perturbado, me dijo, No te preocupes, sólo quiero conversar contigo, aquí traigo mi limonada. Que alivio. Porque apenas me alcanzaba para pagar mis cervezas. La chica era de una familia, si no revolucionaria en Chile, si muy progresista, y sus padres fueron desaparecidos, como muchos chilenos luego que Pinochet, derrocara al primer gobierno socialista en América Latina que llegaba al poder vía elecciones. Claro las transnacionales, la burguesía chilena y los gringos no se lo esperaban, pero para eso tienen a los milicos, a los gorilas, a los chafarotes para que les corrijan sus errores. Mirá cabra, me dijo mi madre, la última vez que la vi, tenés que abandonar Chile, la dictadura que se viene será para largo rato. Con el apoyo de mis padrinos, logramos emigrar y por el camino fuimos aprendiendo a ganarnos la vida. Han pasado diez años y no se cuándo volveré, pero no pierdo las esperanzas. Así se expresaba aquella bella cantante chilena, de la que yo me estaba enamorando.
En otra ocasión, más delante, nos fuimos a cenar. Tenés coche, me preguntó, Si, respondí. Ah, entonces, vámonos, yo te invito a cenar y nos fuimos. Fuera del escenario su mirada reflejaba una profunda tristeza, lo que aún no conocía era su profundo odio por Pinochet. Pero en cierta ocasión, cuando ya teníamos más confianza y estábamos al borde de la cama, me dijo, de alguna manera aunque esté lejos de mi país, no soy ajena a lo que allá sucede y una forma de solidarizarme con la lucha es enviar, mes a mes, mi contribución al MIR. Yo se, estoy segura de que un día lograran ajusticiar a ese grandísimo hijo de puta de Pinochet.
Cayó la dictadura argentina, a Strossner se lo terminaron quebrando, cayó Somosa, pero el Pinochet tuvo parecida suerte que Franco, murió muchísimos años después de muerte natural.
Nuestras relaciones se encaminaban a la cama y terminamos cogiendo, no creo poseer ningún mérito en ello, sencillamente, las circunstancias se fueron confabulando y nos llevaron hasta allí. Ella, si bien vivía de la burguesía, odiaba a los burgueses y nunca se iba a vender. Encontró en mi a su alma gemela, y aunque para entonces ya era un alcohólico y fue por mis bebetorias que me conoció, ella sabía que yo era de izquierda, que odiaba a la burguesía y al Pinocho desgraciado. Aunque nunca le confesé, mis inclinaciones por la guerrilla, bien sabía que había estudiado en la URSS.
Mira, cabro, me dijo en cierta ocasión, no es necesario que vengas a gastar a este antro, espérame a la salida y nos vamos a otro lugar. Cogíamos seguido, aunque no regularmente, a veces terminaba de cantar demasiada entrada la madrugada y yo no resistía la espera y me marchaba. Pero todo estaba hablado.
Cuando le propuse que nos casáramos, que se radicara en el país, que la fuente de soda bien podría tenerla aquí, descubrí lo mucho que amaba a su patria y una semana después, se largó sin decirme adios. No se si logró tener su fuente de soda en Santiago, Pinochet se alargó demasiado, pero fue una bonita experiencia y merecía ser contada.
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Ella se merecía mas de una canción interpretada doblemente con instrumentos diferentes, como aquella serenata que le llevé en un arranque de romanticismo fruto de la gran borrachera que cargaba. El trío, arrancó con Escándalo, una canción de Marco Antonio Muñïs, dis que dedicada a los amores homosexuales y luego el viejecito del acordeón la interpretó instrumentalmente, luego vino Mujeres Divinas y finalmente, el Día que me quieras. Las tres con letra y con sólo acordeón, había sido una serenata de seis canciones. Yo apenas me mantenía de pie, pero me sentía inspirado, amoroso e ingenioso. ¿A quién se le podía ocurrir llevar una serenata como la mía?
A ella la había conocido en el ambiente publicitario, en cierta ocasión modelamos los dos, como pareja, un comercial para quesos, de Coco Salune, cuando éste aún no era un magnate y de ese encuentro creo que algo surgió. Simpatía, amor es mucho decir, ya que ella estaba destinada a las grandes ligas, casarse con un oligarca era lo menos que se podía esperar de su belleza única e indescriptible, y así lo hizo años después. Pero mientras llegaba a donde se encaminaba con sus pasos de secretaria bilingue, inteligente y bella, yo me atravesé en su camino y no se ni cómo, pero lo cierto es que logré seducirla y después dejé que me poseyera.
Ella era conocida como la Chica Parma en mi ambiente publicitario y nadie creía que me estuviese acostando con ella, lo cual obviamente, a mi no me importaba. Las mujeres que me poseyeron, nunca podrían estar en mi sala como trofeos de mi cacería, sencillamente las circunstancias, nos llevaron a acostarnos y así como habían surgido así se desvanecieron; sin embargo, mis neuronas las registran, porque fueron parte de mi vida, en aquellos años en que la juventud te permite algunos lujos.
La Chica Parma, se fue como vino, como una brisa de octubre…
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Nuriam Casiano se llamaba, había sido la amante del Chele Medrano y por eso, aún conservaba en su vehículo, un volksvagen descontinuado, una metralleta. La conocí en el Boulevard del Hipódromo, en aquellos primeros pininos de la Zona Rosa, donde poseía un restaurante, un bebedero o un pisadero, llamado El Satélite. En cierta ocasión compartí con ella, la Nurian, un pastel aderezado con LSD. Y cosa maravillosa luego de comerlo fui al baño y me sentía ser una vejiga, caminé como si fuese rebotando, hacia arriba y hacia abajo, me sentía feliz.
Luego me dieron de probar mariguana y un poco de heroína, aquel lugar si era un centro de drogadicción, no como los casinos contra los cuales mantiene su campaña activa El Diario de Hoy. Habiendo ingerido LSD, mariguana y heroína, ciertamente, estaba experimentando un cruce terrible, comencé a sentir los pies de plomo. Deseaba caminar, deseaba irme de aquel lugar, pero no podía, estaba aletargado, todos mis movimientos eran lentos.
Del rebotar bonito de mi primera reacción ante el LSD, había pasado a una situación terrible y desesperada, que no podía controlar. Parecía un robot descompuesto, con lentitud en todos mis movimientos, cuando se acercó a mi la dueña del lugar. La Nuriam Casiano, quien me dijo, Estas mal, verdad, mi amor, vente, te llevaré a reposar y ya pronto estarás bien. Me dejé llevar, no tenía otra opción más que aceptar su propuesta, caminé cual sonámbulo hasta sus aposentos, donde me inclinó en una cama y allí me quedé quieto. Ella, mientras tanto se desvistió, tomó una ducha y luego se sentó frente a mi como esperando que me pasara el efecto de las drogas. Cuando ya me vió casi vivo, me desvistió y me poseyó.
Una cogida bajo el efecto de las drogas es algo indescriptible, y yo esa noche la estaba experimentando, la Nuriam Casiano me estaba introduciendo a un nuevo mundo, lo difícil fue salir de allí. Ya no concebía el sexo sin el efecto de las drogas y para conseguirlo, me estaba convirtiendo en un esclavo de la Nuriam Casiano.
Afortunadamente para mi, vinieron los años de la guerra y la disciplina que me exigía la organización más radical de izquierda de la cual era colaborador, no me permitía seguir con mis lujos de drogadicto y corté de un tajo con mis visitas al Satélite y mis relaciones con la Nurian Casiano. La guerra también nos salvó de nuestras costumbres pequeño burguesas.
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Ella era algo así como un ángel, cabello rubio platinado, mejías rosadas y boca carnosa, manos finas y delicadas, uñas pintadas de un color granada, busto erguido pero sin ser llamativo, las piernas delgadas y las nalgas suaves. No era una mujer voluptuosa, pero si muy atractiva, su risa cristalina llenaba cualquier ambiente en que se encontrara. Todo ello lo supe y lo archivé en mi memoria, la primera vez que la vi, en aquel improvisado restaurante de la Feria Internacional, donde con unas amigas compartían sendas garrafas de cerveza y salchicha alemana. Yo estaba solo, bebiendo mi soledad en silencio. Después del trabajo, se me ocurrió que debería darme una vuelta por la Primera Feria Internacional, la cual me quedaba en la ruta hacia mi casa.
Después de varias rondas de cerveza ella y sus amigas estaban algo ebrias, yo un poco mas porque había llegado con anterioridad y había bebido, quizá, unas tres rondas de mas. Mientras la contemplaba como a una Diosa, la Diosa encarnada de la cerveza, iba escribiendo en una servilleta un poema para ella, la memoria no me permite reescribirlo y no guardo registros del mismo, porque ella se quedó con él.
Por esa época nadie se atrevía a decirme, Viejo piña, qué me mira. Era joven y no mal parecido. Pero el Angel se levantó de su mesa y se dirigió a donde yo estaba. Tengo ratos de sentirme observada por usted y ya me siento mal, quizá nerviosa, ¿acaso yo lo conozco a usted?, me dijo. No lo hizo enojada, ni molesta, a lo más incómoda. Las miradas insistentes de otro ser humano, siempre te incomodan. Nada respondí, tan sólo le entregué la servilleta con mi poema ya concluido. Lo tomó, lo leyó y se lo introdujo en medio de sus tetas y regresó a donde sus amigas.
Ellas siguieron bebiendo, como yo también. El incidente parecía algo concluido, aunque yo no dejé de contemplarla, ¿cómo poder dejar de mirar a un ángel? Serían como las once de la noche, cuando ellas se marcharon y me quedé perplejo y haciendo mil conjeturas cuando el Angel, se despidió, lanzándome un beso. El viernes aún eran joven y seguí bebiendo, hasta como las dos de la madrugada. Me sentía feliz, eufórico, como nunca había esperado nada de la vida, que viniera de manera gratuita, aquel gesto del Angel, me tenía anonadado.
La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, dice aquella canción de Rubén Blades, y el lunes cuando me presenté con mi jefe de la agencia de publicidad, a visitar a nuestro posible nuevo cliente, una de las empresas más importantes del país, el encontrar a la par del don, en la mesa de conferencias a mi Angel, era una cosa increíble. Era obvio que ella era la hija del don, a una secretaria no se le sienta nunca a la par del mero macizo. Puta que huevo, yo tenía que hacer la presentación de la campaña de publicidad, la cual me había devorado los últimos tres meses de trabajo y en la cual me jugaba mi futuro en la publicidad. La hice lo mejor que pude, cuidándome de no ver a mi Angel, cualquier gesto de disgusto de su parte me hubiera aniquilado. Al don pareció gustarle nuestro trabajo y nos confió su cuenta de publicidad.
Se me asignó la tarea de ejecutivo ante el nuevo cliente, mi salario se duplicó ipso facto y mi contacto en la empresa no era otro que mi Angel, quien recién se graduara en comercialización en una Universidad gringa. En nuestra primera entrevista, me dijo, Si escribís poemas tan bellos, cómo no hacer una campaña de publicidad tan buena. Te felicito, Demian.
Nunca fui por la vida buscando el éxito mediante un buen bragetazo, pero con aquella chica tenía todas las condiciones para conseguirlo. De alguna manera me admiraba, mis ideas le parecían geniales, si ella hubiera sabido como me devanaba los sesos para poder ofrecerle las mejores ideas publicitarias, me hubiera premiado con un beso, pero no, ella me tenía preparado un premio mayor.
Había transcurrido un año desde que nosotros le hiciéramos la publicidad, las ventas se habían duplicado, el don estaba feliz con su hija y ella, lo estaba con migo.
Llegó la fiesta de navidad de la empresa y yo fui invitado, asistí en mi nuevo auto recién adquirido, me sentía ya un ser importante en aquel mundo de la publicidad y los negocios, pero lo que más me entusiasmaba es que aquel día, a lo mejor, podría tener la oportunidad de bailar con mi Angel.
Nuestras relaciones habían sido estrictamente profesionales, pero en el fondo de mi corazón, yo deseaba que aquella mujer me poseyera, aunque la veía tan distante, tan inasequible. Siempre me decía, ¿cómo se va enredar con migo, si yo tan sólo soy un gato? Y para más joder estaba casado.
Pero el baile estaba allí y me atreví a invitarla, nunca nuestros cuerpos habían estado tan próximos como aquella noche. Su cuerpo estaba ligeramente cubierto por un vestido de gigantesco escote, que casi mostraba su bellas nalgas, la estreché hacia mi y comencé a decirle un nuevo poema, suave y dulcemente en sus oídos. Ella que a sus veinticinco años aún no conocía el amor, tal parecía que estaba experimentando la misma loca pasión que yo sentía, de modo que en un giro del baile, en que nuestras bocas quedaron frente a frente, ella se atrevió y me besó. Después de aquello sólo era cuestión de encontrar el lugar adecuado para amarnos y éste resultó ser el estudio de su padre.
Me cogí a un Angel y aunque fue la única vez, nunca la olvido. Pero ocurrió que el estudio de su padre no era el lugar adecuado, cuando éste llegó con sus amigos, nos encontró vistiéndonos luego de lo que era evidente un acto de placer. Perdí la cuenta, así como mi empleo en la agencia de publicidad y a ella, no tuve la oportunidad de volver a verla, porque su padre la envió a sacar un post grado a Inglaterra.
La vida nos da sorpresas, sorpresas nos da la vida…
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Un paréntesis reflexivo, honesto y sincero como sólo se puede hacer cuando los años nos han hecho que los huevos se mojen al defecar, cuando orinar nos cuesta un gran esfuerzo, aunque despertemos cada hora para ir al baño, cuando nuestro moco lo miramos marchito e incapaz de ponerse de pie. Cuando a las chicas sólo las miramos y de nuestras miradas, lo más que se puede esperar, es una buena mamada. Cuando te duelen los huesos en las madrugas, cuando cualquier topetón se te convierte en terrible morete. Cuando la toz de fumador es cosa de todas las mañanas.
Reflexionando sobre las muchas chicas que no me poseyeron, cabría preguntarse, si el argumento del no casorio ¿no sería nada más que un cuento, para esconder mi complejo de pene pequeño? Podría ser que temiese no satisfacerlas, aunque no me lo confesase. Pudiera ser que temiese a que soltaran una carcajada al ver mi pequeña cosa. Que el complejo lo tenía no me cabe la menor duda, ya que nunca me desvestí frente a otras personas. Aunque la señora, con la que pusimos la agencia de publicidad, mujer con mucha experiencia en estos menesteres, me aseguró, que el tamaño no tenía nada que ver para satisfacer a una mujer. Vea, agregó, en algunos casos un pene muy grande lejos de causar placer causa dolor. Lo mismo me manifestó otra mujer de mucho conocimiento en materia de penes, propietaria de un nigt club y que siempre cargaba en su carro una metralleta que le había regalado el Chele Medrano, con la que yo llegara a intimar. Yo, me dijo, prefiero mil veces un pene pequeño pero grueso, a uno largo y delgado.
Por otra parte, como en esto de mi pequeño pene era obsesivo, consulté con un ginecólogo amigo. Me contaba él, que en esto del sexo lo importante es descubrir el punto de placer de la mujer, pero nunca se lo encontrarás si sólo vas a penetrarla, me decía. Hacer el amor es todo un arte y por eso se escribió El Kamasutra, pero vos podes encontrar tus propias técnicas, pero nunca, nunca olvides los juegos presexuales, concluyó.
Usted concluya lo que quiera, para eso están mis memoriales, escritos con toda la fidelidad que mi memoria lo permite. Téngase presente que con los años las células cerebrales se van deteriorando y aunque dicen que los viejos recuerdos no se borran, sino que no se logra archivar los nuevos, usted dirá. Seguramente es por eso que estos memoriales no incluyen nuevas experiencias. ¿Pero las existirán?
¿Acaso camino al trabajo, cuando aún conducía mi coche, no me habré levantado más de alguna chava? Y si lo hice, ¿cómo sería, cómo me trató, me cobró o me consideró una inversión o un objeto de placer? No se, no lo recuerdo. Aunque alguna sorpresa puede existir, uno nunca sabe, porque el juego no termina hasta que termina, como dicen, nuestros brillantes comentaristas de fútbol.
Pero luego de la reconciliación con mi mujer, recuerdo haberle confesado en un bar, al que ella me había invitado a echarnos unas cervezas, para luego irnos a coger entonados, que yo sí había tenido relaciones con otras mujeres y, entre sollosos, me manifestó, que ella en cambio no se había enredado con nadie, aunque había tenido varios pretendientes. Bueno, eso era problema de ella. Ambos éramos libres y podíamos disponer de nuestros cuerpos en la forma en que quisiéramos, son estos los privilegios de vivir en una sociedad democrática como la nuestra, ¿o no?
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