lunes, 14 de septiembre de 2009

Capítulo 15: Ella fue una excepción a la regla


Con mis novias nunca tuve sexo antes de partir a Europa, por temor a embarazarlas y que me casaran. Lo tuve con más de alguna amante, pero sabía que con ellas no me iban a casar, ya no eran vírgenes, conocían del placer y sabían lo que estaban haciendo. Pero con mis novias, hay una con quien si lo hice. Ella fue la excepción.

Los diciembres en mi pueblo eran sumamente fríos y nadie salía a la calle luego del atardecer. Pero era en diciembre que llegaba un profesor y sus hijas a vacacionar al pueblo. Eran dos hermanas, las dos bonitas. Una de pelo rubio pintado y la otra de negro natural. La peliteñida era mayor que yo y no me interesaba, pero la otra me encantaba. Tenía unos labios carnosos, nariz respingada y cintura estrecha, cinturita, digamos para entendernos, sus pantorrillas eran delgadas, demasiado delgadas, pero eran bonitas. Caminaba como bailarina de valet.

Vivían en el barrio El Calvario, yo en el Centro, frente al parque, en la casa de mi abuela, pero nos conocimos a pesar de la distancia, diez cuadras de separación son un enorme espacio en un pueblo. Pero yo tenía la ventaja de vivir frente al parque, el único que existía y al cual se asistía por las tardes y en las noches no muy frías. Cierta tarde llegaron a ver patinar a los cipotes en el parque, era nuestra pista de patinaje. Yo ya estaba para retirarme de esos menesteres que consideraba infantiles y prefería la bicicleta, en la cual podía realizar algunas acrobacias para las pírricas exigencias de mi pueblo, tales como manejar sin agarrar los maniubros o poner los dos pies en el asiento, además de dar la vuelta al parque a gran velocidad con los ojos vendados, que era mi hazaña extrema. Pero esa tarde patinaba tranquilo, sin exigirme mucho, era cuestión tan sólo de dar vueltas y vueltas, mirando a las chicas que llegaban a mirarnos y a que las mirásemos.

Así la descubrí en una de tantas vueltas y me gustó a la primera mirada, de modo que aceleré el paso para poder mirarla otra vez. En una de tantas vueltas y de tanto mirarla y no al piso donde patinaba, terminé cayéndome y fui a parar cerca de sus pies. Ella estuvo presta a auxiliarme y me dijo, mirándome con sus enormes ojos negros: ¿Se golpeó? Era lo menos que podía decirme, pero yo sentí que en sus palabras, más que educación, más que preocupación, había amor. No, le respondí, mirándola fijamente, con mis ojos de gato. Y en ese cruce de miradas negro amarillas, se fundió un amor.

Logré conocer donde vivía, quién era y qué hacía en mi pueblo donde nunca la había visto, quiénes eran sus padres y a qué venían. Todo resultó sencillo, su padre era el hermano de la directora de la escuela de niñas y él también era profesor y como la casa donde vivía su hermana también le pertenecía, él llegaba a vacacionar con su mujer y sus hijas.

Me convertí en un vigía de su casa en el barrio El Calvario. Y como yo también estaba de vacaciones tenía tiempo para controlar todos sus movimientos. Llegué a conocerlos todos antes de hablarle. Pero la ocasión para abordarla no se presentaba, ya que deseaba que pareciera una casualidad, una obra del destino. Hasta un día que imaginé la situación que yo deseaba. Por las tardes de los miércoles iban a comprar sorbetes donde don Hilde, el sorbetero del pueblo. De modo que llegué casi en el momento preciso que ellas llegaban y las saludé. Luego como quien no quiere la cosa, me fui caminando con ellas, mientras comía mi sorbete al igual que ellas.

Y en eso se me ocurrió una idea brillante, Saben, les dije, el sábado van a exhibir la película: Amándote tanto y tu sin saberlo, con Rock Hudson. Por aquellos años el Rock, era el galán que más les gustaba a las chicas, aún no se sabía que era gay y que moriría de SIDA. Las invito, agregué. Y ellas, sin pensarlo mucho, respondieron que si. El problema para mi era cómo putas iba conseguir, al menos, para las entradas, ya no digamos si se les ocurriese comprar maní o algún refresco. Mi situación económica era calamitosa y ya había perdido mas de un prospecto por no conseguir para la entrada al cine, donde habíamos quedado de vernos. Pero el buen Dios, nuevamente vino en mi auxilio. El sábado por la mañana mi tío abuelo decidió vender maicillo y yo era su medidor estrella. La gente me quería porque no usaba vara rasera para medir los medios o cuartillos, sino únicamente mis manos, las cuales siempre dejaban una pequeña curva sobre el medidor. Como trabajamos, digo trabajé yo, porque el sólo cobró, más allá de las doce habiendo iniciado a las ocho de la mañana, me pagó dos colones, los cuales eran más que suficientes para los gastos con las chicas.

Asistimos al cine Palace, el cine de mi pueblo, ahora seguramente será una iglesia evangélica, como en muchas otras ciudades del país, luego de las privatizaciones de ARENA, el partido en el poder desde antes de Los Acuerdos de Paz. Pero este escrito no trata de tales hechos, sino de mis relaciones con las mujeres. Logré besarla sin haberle declarado mi amor. Y es que cuando las cosas son obvias, no hay necesidad de palabras que expliquen, justifiquen o especifiquen un hecho. Desde ese día nos amamos profundamente. Su casa daba a un patio que se convertía en una finca y aunque había que subir una empinada cumbre para llegar hasta él por el lado de la finca, lo subía día tras día, tarde tras tarde, porque sabía que al final y a las tres de la tarde en punto, ella me estaba esperando en el cerco de piedra que dividía el patio y la finca.

Nuestro amor iba creciendo en intensidad, así como las partes de su cuerpo a las que me permitía acceder. Como ambos vivíamos al lado de una iglesia, ella al lado de la iglesia del Calvario, yo al lado de la iglesia del Centro, a veces nos veíamos en alguna de las iglesias, aunque nunca las profanábamos. Eran lugares de encuentro para fijar el lugar de nuestra próxima cita, dependiendo de cómo estuviesen las cosas en su casa.

Pero un día en que sabíamos que no íbamos a poder detenernos con nuestra pasión y que estábamos en la iglesia del Calvario, decidimos hacer nuestros votos de fidelidad eterna, nos casamos ante Dios, en una de sus iglesias. Y esa tarde en la finca, cogimos como locos. Esta es la única luna de miel que en verdad he tenido. Ella era virgen y yo un mozalbete que conocía a su primera mujer que no era una puta.

No quisiera seguir con esta historia, porque su desenlace fue triste e inesperado y me causa mucho dolor, aún después de los muchos años que han pasado y de lo mucho que he vivido. Pero debo de hacerlo por fidelidad a mis recuerdos, a mi historial, a mi vida, de la cual tratan estos escritos.

Ella, me parecía, que sería la mujer de mi vida, como después me parecieron otras. Pero, sí una debería de haberlo sido, esa era ella. Estaba en la flor de su juventud, y aunque parezca un lugar común en la literatura, ella era una flor y estaba joven muy joven, apenas catorce años tenía, en consecuencia, mi decir es verdadero y no simplemente literario. Lo que yo no sabía, porque ella, ni nadie nunca me lo dijo, es que su vida estaba marcada por el signo de la fatalidad. Si su hermana era comprensiva y complaciente con nosotros era porque deseaba que ella tuviera, al menos, unos cuantos meses de felicidad.

Al concluir las vacaciones partió con su familia, yo me quedé esperando su retorno, más no sabía que ella nunca, nunca más volvería. Su cáncer era terminal, como me contó su hermana, al llegar el próximo diciembre, cuando volvieron a vacacionar a mi pueblo. Por entonces, aún no bebía y por esa única razón no me puse tremenda borrachera, de manera que sólo pude llorar en la soledad de mi cama, mientras mi abuela roncaba, como solía hacerlo todas las noches. Quedé viudo a una edad muy temprana y seguramente, por eso, me costó tanto encontrar un amor.

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