lunes, 14 de septiembre de 2009

Capítulo 19: Mi vida sin amor


Llegar a los cuarenta y tantos años, sin haber conocido el amor y la pasión que genera el sexo con la mujer amada es frustrante. Así era mi vida, aunque la vivía tranquila, sin sobresaltos, dedicado a mi trabajo de profesor universitario, con el cual me sentía realizado. Pero un día tuve una instructora con la que mucho platicaba sobre el contenido de la materia, hablar de marxismo, me ha apasionado más que hablar de fútbol y eso que el fútbol me gusta mucho. Luego comencé a contarle pasajes de mi vida y ella me contó que tenía un novio guerrillero, eran los años de la guerra que todo lo marcaba. Ella sabía que yo era casado, que tenía hijos y que no era de los que seducen o que se aprovechan de la docencia para conseguir chicas jóvenes. Ciertamente, le tenía aprecio y en más de alguna ocasión, en que el copioso invierno inundaba hasta nuestra mente, la llevé hasta su casa en mi automóvil y le presté mi viejo paraguas que siempre portaba.

Recién había construido una casita en Los Planes, desde donde se veían las bellas luces de la ciudad callada, sin la molotera de los buses o el trajinar de las personas. A varios estudiantes amigos había invitado a conocer mi idílico lugar y en cierta ocasión la invité a ella, con quien luego de comernos un sorbete, aún no era diabético, llegamos a mi sueño realizado. Por esa época adoraba los lugares frescos y éste lo era, además de la hermosa vista que tenía.

Sacamos dos sillas plegables al corredor y nos sentamos a conversar, mientras disfrutábamos de la vista. Aquella relación amistosa me parecía perfecta, ella era una buena oyente y a mi me encantaba narrar historias, expresar ideas o juicios políticos y ella me escuchaba y entendía. Luego, cuando la noche avanzaba más allá de lo permitido en su hogar, la iba a dejar. Aquel nuestro paseo, lo repetimos muchas veces y todo tranquilo. Una noche decidimos aventurarnos hasta La Puerta del Diablo, nos bajamos del automóvil y caminamos un poco, cuando ella, me dijo, Toque mis manos las tengo frías. Fue nuestro primer contacto físico y me asusté. Mejor nos vamos, porque aquí vienen a tirar muertos, le dije. Esa noche no fuimos a la casita, yo estaba asustado. ¿Pero qué pretendía, acaso no se me ocurría, que una relación como esa nos podría conducir a la cama? Bueno, yo creía que no, porque yo era casado y ella lo sabía. Además ella tenía novio y yo estaba enterado. Seguramente, por tales razones me descuidé. O a la mejor, yo buscaba una mujer como ella. No lo se. Lo que si se es que no fue una relación premeditada, de mi parte. Y quizá por ello con mucha indignación y rabia, le estrellé la cabeza en una mesa a un ex alumno mío en un bebedero en El Cafetalón, por haberme acusado de ser deshonesto, haciendo alusión a mi relación con la Martita.

Cierta tarde, en período de vacaciones, pasó por mi cubículo en la UCA, dejándome un caset, de música de protesta. Vestía una blusa roja muy ajustada al cuerpo. Normalmente, se vestía con prendas no muy adecuadas para su edad, sino para la de su madre, que era quien se las compraba. Esa vez descubrí en ella una de mis terribles debilidades, la Martita, tenía un busto precioso. Pero cómo es que no había reparado, me dije. Y, medio turbado, le expresé, Y qué anda haciendo por aquí. Ah, es que voy al teatro y decidí pasar dejándole esta música. Sentí deseos de preguntarle si la podía acompañar, pero no me animé. Cuando ella partió, me quedé inquieto.

Corrían las vacaciones y no había vuelto a saber nada de ella, sentí que me hacían falta aquellas nuestras conversaciones y pensé, ¿Será que me estoy enamorando? No quería reconocer, lo que era obvio, la profecía de mi esposa: Cuando encontrés una mujer joven me dejarás. Pero lo juro por Dios y mi madre, que nunca pensé en hacerlo.

Por fin se terminó el descanso y nos volvimos a ver y al final de las clases de ese día, corrimos hacia la casita de Los Planes. Creo, en verdad, que lo dos nos habíamos añorado, porque nuestro ritual varió esta noche, en vez de sentarnos a conversar, nos aproximamos lo suficiente como para darnos un beso y otro y otro. Terminé padeciendo aquel mi viejo mal de adolescente, terrible dolor en los testículos, a causa de no haber eyaculado. Después de un tiempo de padecerlo, por fin, mi río de semen encontró su caudal en la vajina de la Martita.

Contemplarla desnuda, con sus pechos altivos, erectos y su acompasado caminar, eran parte de mi deleite. Me sentía tan bien, tan realizado y la sentía tan apetecible, que por primera vez en mi vida, no me bastaba hacer el amor una sola vez. Y ella con toda su juventud ardiente me poseía hasta quedar agotada. Y lo más bello de todo es que la cantidad de veces iba en aumento y hasta nos reíamos, comentando luego, como que hoy rompimos nuestro record, verdad Demian? Puta, cogíamos con tantas ganas, como yo nunca lo había hecho, ni siquiera con la Blanca, la del clítoris eréctil.

Nadie sospechaba nada en la UCA y vivíamos y gozábamos nuestro romance; sin embargo, su madre le encontró los anticonceptivos y se armó el relajo. Contrataron a un detective para que nos vigilara, y nosotros inocentes de ello, seguimos con nuestras visitas maratónicas a la casita de Los Planes. Ellos, sus familiares, lo sabían. En cierta ocasión su padre hospitalizado, la llamó para decirle, que si no dejaba de verme, pagaría para que me durmieran, como si yo fuese un perro o un gato. Pero ella indignada y amándome, como me amaba, le ripostó, que si algo me ocurría, ella se encargaría de que la guerrilla lo ajusticiara por cobarde. Eran los años de la guerra que todo lo marcaba, cuantos murieron por causas ajenas a la guerra, pero aprovechándose de ella, nunca lo sabremos. Afortunadamente para mí, volví a librarme, seguramente mi destino no era morir joven, sino viejo y cansado, cuando uno llega hasta hartarse de vivir.

Todo iba muy bien, disfrutábamos de nuestro amor y de la pasión que genera el que los amantes se posean. Pero las relaciones sexuales son además de fuente de placer, la forma de reproducir la especie, de manera que un día mi amada me informó que iba a tener un hijo. Si, sus palabras estas fueron, Le informo que voy a tener un hijo suyo. Así, seca y llanamente. El camino de su casa hasta la mía era largo, y por él vine pensando en como mi mundo aparente se derrumbaría. Creí no poder manejar aquella situación ni en la UCA, ni en mi casa. De modo que pasé a una farmacia y compré todos los sedantes que pude. Me encerré en mi estudio y me los bebí. Luego le hablé a mi amada para despedirme. Le conté lo que había hecho. Pero ella, con una fortaleza que luego descubrí que era y es parte de su personalidad, en vez de ponerse a llorar, buscó la forma de salvarme y lo logró. Me pidió que colgara el teléfono un momento, el cual aprovechó para llamar a un profesor compañero mío y amigo de ella. Mientras tanto, me llamó y me mantuvo despierto hasta que llegaron a mi casa y me condujeron a la Policlínica, donde se encargaron de mantenerme vivo. Ya era la segunda ocasión en que me salvaba la vida.

Me fui a estudiar a Tegus, cuando recién había nacido nuestro primer hijo y en aquel apartamento que yo poseía, por fin, pasamos muchas noches de increíble placer. Al menos, el primer año, cuando llegaba sola, porque cuando ya lo hizo con el Tito, nuestro primer hijo, era más complicado. Aunque en más de alguna ocasión cogimos, teniendo al niño en la cama. ¿Y qué podíamos hacer? El era un niño de apenas un año y no podíamos mandarlo a ver la tele y nosotros nos deseábamos intensamente.

En cierta ocasión, a fin de compartir el tiempo y la fatiga del viaje, nos reunimos en San Miguel y en el Hotel Milians, luego de cenar y de echarnos unas cuantas cervezas, pasamos una noche inolvidable, aunque el calor era insoportable a causa de la falta de energía, debido a un sabotaje de la guerrilla, eran los años de la guerra que todo lo marcaba. Pero aprovechamos los fríos ladrillos y cogimos en el suelo, además de que con unas cuantas cervezas, se te va hasta el calor más ardiente. Años después, quisimos repetir la experiencia, pero ya no era lo mismo, la magia comenzaba a perderse.

Cuando ella estudiaba en Tegus, la ciudad olvidada de Dios, tuvimos unas vacaciones bellas, fuimos a Tela en la costa norte, durante el camino en el cómodo autobús escuchamos de esas canciones viejas que les llaman del recuerdo, íbamos, los dos, solos los dos, tomados de las manos como adolescentes enamorados. Nos hospedamos en un viejo hotel frente a la playa, donde comimos mariscos hasta hartarnos, bebimos cerveza fría para el calor y por las noches cogimos lo necesario y suficiente como para seguir el siguiente día con el mismo ímpetu. Los atardeceres los gozábamos contemplando la puesta de sol, mientras esperábamos la noche para dedicarnos a coger. Cogimos tantas y tantas veces que Tela se convirtió en nuestro lugar secreto, en nuestro pisadero preferido. Después volvimos con uno de nuestros hijos, pero ya no fue lo mismo, aquella nuestra primera visita a Tela, fue en realidad la luna de miel de nuestro matrimonio que nunca se realizó, aunque yo me divorcié para complacerla, pero nunca quiso matrimoniarse con migo, lo cual debería de haberme hecho sospechar de ella. Esta segunda visita, no sólo no tuvo el encanto de la primera, sino que estuvo a punto de terminar en una tragedia, ya que en uno de los muchos restaurantes que visitamos, estaba una puta que yo había conocido en Tegus. Afortunadamente, la pécora, sólo peló los ojos, al verme con mi amada y le comentó al oído, a la dependiente, seguramente, que yo me la había echado. Hice una maniobra estratégica y me fui de aquel lugar.

Visitamos también Valle de Ángeles y además de disfrutar del paisaje, lo hicimos con nuestros cuerpos al anochecer y a veces hasta en el atardecer o el amanecer. Nuestra vida en todos esos años, estaba marcada por el placer de coger. Aunque para esa época ya mis largas disgreciones sobre el marxismo comenzaban a aburrirle y yo debía de haber comenzado a sospechar de ella, pero nunca lo hice. Yo creía haber encontrado el amor de mi vida. Pero es que, yo, ciertamente, la amaba como nunca había amado y fueron muchas las mujeres que se cruzaron en mi vida.

Cuando terminó su postgrado en Honduras por fin vivimos juntos, antes de eso si bien ya había comprado una casita, la veía sólo los fines de semana, cuando venía a ver a nuestro hijo, a mi y a mi madre, que cuidaba al Tito. Y a dejarnos comida preparada para toda la semana. En esos tiempos parecía que hasta le gustaba cocinar, el arroz verde era una de sus especialidades, así como la ensalada de coditos con atún.

Durante algún tiempo seguimos siendo felices, como cuando yo me arriesgué a separarme de mi primera esposa e iniciar con ella una nueva vida, aunque la superase en edad por diez y siete años. Pero eso nunca había sido problema, los problemas surgieron en la cotidianidad de nuestras vidas, cuando yo me volví un hombre terriblemente celoso. Pero además ella se fue perfilando como una mujer calculadora y ambiciosa, capaz de pisotear o ser desleal con cualquiera que se interpusiese en su camino o que fuera un obstáculo para poder avanzar.

Yo, que había sido su mentor, su maestro, a quien consultaba en todos sus trabajos, sus conferencias o en sus presentaciones en la tele, pasé a convertirme en un invisible. Ella pensaba, cuando le hacía alguna crítica, que yo estaba celoso de su éxito. Ciertamente, ella, llegó a ganar mucho más que yo. Pero si yo abandoné la publicidad es porque ese no era mi objetivo en la vida, pero para ella, comenzó a ser lo más importante. Y fue así como luego de conseguir un empleo bien remunerado decidió abandonarme, yo ya era prescindible. Pero en toda esa su lucha por conseguir fama y fortuna, prestigio profesional, fue aprendiendo a desconfiar de todos, a exigir fidelidades incondicionales. Creo yo, que se le fue secando el corazón; sin embargo, yo la seguí amando, porque ha sido la única mujer que realmente he amado, pese a que tuve muchas posibilidades de amar a otras, pero parece que mi destino era amarla solamente a ella, aunque para entonces ya sólo simulaba amarme. Fue así como un día me abandonó.

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