lunes, 14 de septiembre de 2009

Capítulo 14: Las que no pudieron poseerme


En las relaciones sexuales también hay valores y principios, uno no puede cogerse a cualquier mujer que se le ofrezca o que se le antoje, a menos, que esté dispuesto a pagar los costos. Pero, yo, afortunadamente, creo que al menos en esta materia he sido muy consecuente. Nunca se me cruzó por la mente el violar a una hija, a una sobrina o una mujer que no quisiese hacer el amor conmigo, ya que aunque no siempre haya hecho el amor, al menos, la relación ha estado disfrazada de amor. A no ser que se tratara de relaciones con trabajadoras del sexo, se sobrentiende.

Fue por ello que, cuando aquella estudiante me entregó junto con el examen en blanco una encantadora carta de amor, me tiré una carcajada. Yo aún era joven, pero no tan joven que digamos, bien podría haber sido su padre. Y pensé, ¿Y a ésta que le pasa, cree que va a pasar la materia con sólo ofrecérseme?

En la siguiente prueba, lo mismo, el examen en blanco con otra carta de amor, pero esta vez mucho más apasionada. En esta ocasión, ya no me dio risa, sino que me preocupó. Yo nunca había sido un santo varón, pero no estaba dispuesto a arriesgar mi matrimonio, ni mi carrera profesional por una bicha loca. Sabía de profesores que se aprovechaban de su condición y abusaban de las bichas, pero yo no era uno de esos y no tenía intenciones de cambiar.

Llegamos a la prueba final e igual recibí el examen en blanco, pero ahora la carta de amor se había convertido en una de odio. Decía muchas cosas, pero sólo recuerdo que terminaba llamándome: hijo de puta y maricón. Las razones eran obvias. Vaya, me dije, y ¿qué esperabas? Para mi buena fortuna, se cambió de Universidad y no me la volví a encontrar.

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Pero no fue el único caso, tuve otro aún más peliagudo. Fue en el primer año que impartía clases en la Universidad y me enfrenté a los estudiantes de último año con un curso que me robaba muchas horas de sueño. No sabía lo que me esperaba. Llegaba a cada clase muy nervioso, esperando que me hicieran la pregunta que me dejara mudo y que evidenciara el poco dominio que del material tenía. Después del primer parcial, para sorpresa mía, fui invitado un sábado a una fiesta estudiantil. Mucho reflexioné sobre la conveniencia de asistir; sin embargo, terminé yendo.

Allí estaba la mayoría del curso, la cerveza y el whisky eran abundantes y los jóvenes de uno y otro sexo, bebían como si tuviesen muchísima sed. Por esos años ya no bebía, de modo que pude contemplarlos en todo su proceso de embriagues. Disfruté conversando, alternándome de grupo en grupo y tal parece que les agradaba el curso y la forma en que lo impartía. Esta fue mi primera sorpresa. La segunda hubo de ocurrir cuando una chica de buen cuerpo, de cara regular, pero de una sonrisa encantadora se me acercó y me invitó a bailar. El baile fue el pretexto para abrasarme y para susurrarme al oído: Papaíto, no sabes cómo me gustás. A mi se me pararon los pelos y seguramente mi rostro enrojeció. Como pude me escapé de los brazos de esta moderna Circe y abandoné furtivamente la fiesta. Cuando iba en mi carro hacia mi hogar me sentí aliviado, aunque no tenía idea de que aquello sólo había el inicio de una persecución implacable, como lo comprobé el lunes, cuando la chica llegó a mi cubículo muy insinuante. Y siguió llegando. Hasta que un día de tantos, ante la turbación que me causaba, le manifesté: ¿Y por qué mejor no se casa? Dicho lo anterior, ella se marchó y no volvió a aparecerse hasta transcurridos cinco meses. El ciclo ya había concluido, estábamos de vacaciones, la presencia de estudiantes era mínima y yo aprovechaba para escribir, cuando una tarde se aparece la Amanda por mi cubículo, así se llamaba la joven. Entró, cerró la puerta y tranquilamente, me dijo: Vaya ya me casé. Pero no era necesario, porque ya no estaba virgen…

¿Qué puede uno decir ante tal aseveración? Me quedé rojo y mudo.

Con el tiempo comprendí lo terrible que ha de ser el hostigamiento sexual que las mujeres padecen cada día. Yo lo había sufrido, aunque yo estaba en posición de superioridad, de ventaja, lo cual lo minimizaba un tanto. Pero de haber sido yo el estudiante y ella la profesora. ¿Me la habría echado? Y por otra parte, ¿seguiría siendo hostigamiento o aquí hablaríamos de seducción?

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Pero bien, esta es otra historia, la de una que creyó que yo quería estrujarle sus huesos ya maltrechos. Por esos días andaba bien atareado escribiendo un artículo para ECA, la revista de la Universidad y ante la insistencia de una estudiante de la sección diurna, de que le explicara los errores que había cometido en un examen, lo cual obviamente no era cosa de un momento, se me ocurrió decirle: véngase a las siete de la mañana, como queriendo probar su real interés por aprender.

Llegó, le expliqué y se marchó. Aunque siempre me pareció raro que una persona mayor, cual era la estudiante, llegara con su doméstica, la cual no dejó de observarme todo el tiempo que duró la consulta.

Transcurridos los años, me enteré de que la estudiante en cuestión, por aquel entonces, recién se había divorciado y veía en todo hombre segundas intenciones de naturaleza libidinosa. De manera que asesorada por el Decano de la Facultad, de quien ella era amiga, acudió a la cita con una presunta visora de mi supuesta agresión sexual. Aquello era para reírse, de no haber sido por la poca confianza que yo parecía inspirarle al Decano y por el pésimo gusto que me atribuía en cosa de mujeres. Seguramente, él conocía de casos que ocurrían en la Universidad, pero curiosamente nunca los había denunciado, pero lo que más me molestó es que pensara que yo practicaba aquello de que de lagartija para arriba todo es cacería.

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Esta es la historia de una estudiante vengativa. Ella era una buena estudiante, pero su ego era mayor que su talento. Y para aprobar mi curso necesitaba tan sólo sacar tres en el final, pero se confió y sacó dos. De modo que reprobó la materia. Me pidió revisión y se la di. Comprobó que más de dos no tenía. Me argumentó que aquello era injusto, porque ella no se merecía un dos. ¿O cree usted que me lo merezco? Me manifestó muy indignada. En fútbol dicen que los goles no se merecen sino que se hacen. En este curso igual, usted sacó dos y dos le puse. No sé cuál es su problema. Ella no lloró, como suelen hacerlo la generalidad de estudiantes, sino que se puso insinuante y me invitó a cenar. Me dijo, bueno licenciado, de todas maneras tendré que verlo el próximo ciclo, así que lo mejor sería que fuésemos buenos amigos. Vea, le manifesté adivinando sus intenciones, aquí no es cuestión de amistad, sino de una relación profesor-alumno. Y sintiéndome hostigado, agregué, No se qué putas tengo que andar cenando con usted. La mujer se fue con una rabia apenas contenida, la cual pronto encontró la forma de desahogar: mi vehículo recién estrenado recibió un tremendo apachón en uno de los parqueos de la universidad. ¡Riesgos profesionales!

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Como decía, existían profesores que se cogían a sus estudiantes abusando de su poder, y ésta es la historia de uno de ellos y aunque no tenga que ver con mi vida, la incluyo, porque me pudo haber ocurrido a mi de no ser por mi cobardía y por los costos que habría de pagar. Ello me contuvo y no por ser virtuoso, que nunca lo he sido.

El viejo profesor, aquella noche llegó a clase descompuesto, acababa de recibir una comunicación de las autoridades universitarias, en la cual se le hacía una fuerte amonestación y una clara advertencia: una próxima denuncia de acoso sexual y se iba de la Universidad.

El profesor borró, lentamente, la pizarra. Al terminar se condujo con igual parsimonia al podio. Se quedó mirando con cara de lástima a los estudiantes y luego, manifestó: Compañeros estudiantes, señoritas, ¿cómo es posible que a un hombre maduro como yo, casado y con dos hijos ya adolescentes, se le pueda acusar de acoso sexual? Díganme, por favor, alguna vez me han visto alguna actitud indebida con las jóvenes, alguna insinuación, algún piropo, algo que pudiera mal interpretarse. Díganme, por favor. Esto nos pasa por ser honestos. Si algo es cierto es que yo no regalo notas. Y aunque no se me ha comunicado de quien proviene la calumnia, que no es otra cosa que eso, una vil calumnia, ya me imagino quien pudiera ser la que me quiere causar daño. Porque es la única persona que ha llegado al cubículo a reclamarme por una nota. Como ustedes comprenderán, no es justo que tantos años de intachable labor docente, sean destruidos por la inmadures de una compañera de ustedes. Les ruego que me disculpen, pero hoy no podré cumplir con mi obligación profesional, no podré impartir la clase…Ustedes comprendan, me siento destrozado.

Un grupo de estudiantes se aproximó al profesor y mostró su solidaridad, su respeto y su malestar por lo que le estaba ocurriendo. Cuando se marchó el licenciado algunos propusieron que se escribiera una nota de respaldo y solidaridad con el maestro y que fuera firmada por todos. Algunas señoritas se preguntaban acerca de quién sería capaz de tanta maldad. Que una materia se puede repetir y que no hay necesidad de llegar a tanta bajeza. Otras tan solo decían: Pobrecito, pobrecito, si él es tan bueno y comprensivo.

Pero a diferencia del grupo mayoritario, había tres señoritas que guardaban silencio. Una tenía cara de incredulidad y ella fue, quien me contó esta historia. Otra un rostro de indiferencia que, tal parecía ya nada le conmovía. Y la tercera se notaba muy molesta y pronto se marchó. Ella fue la que puso la denuncia y el ciclo le resultó un verdadero infierno. Sólo su joven esposo y ella sabían la verdad.

Pasaron dos años y ya nadie se recordaba del asunto, hasta una noche en que el maestro fue acribillado a tiros, cuando se disponía a abordar su automóvil en un parqueo oscuro de la Universidad. Entonces se supo que el viejo profesor abusaba de las jóvenes estudiantes ya casadas, de esa manera podía tener sexo sin mayores preocupaciones ante un posible embarazo. El chantaje era tan simple como miserable: sexo o materia reprobada. Seguramente por ello, algunas estudiantes ya próximas a egresar de la Universidad, hasta escupieron el cadáver. Alguien dijo: al fin el viejo se topó con un marido lo suficientemente encachimbado como para echárselo o para pagar a alguien para que se lo echara. En una sociedad como la nuestra, tan plagada de violencia, aquello no resultaba nada excepcional.

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Cuando uno ya es mayor el controlar sus apetitos sexuales no resulta una hazaña, sobre todo cuando se tiene una mujer, lo jodido es cuando se es adolescente y no practicamos ningún deporte que nos haga derrochar energías, como me pasó a mí, luego de mis dos fracturas en el brazo derecho; sin embargo, algo conseguía, no se piense que estaba totalmente hecho una mierda.

Mi madre era campesina y añoraba el campo, y aunque mi padre ya tenía una casa grande donde vivir, ella lo convenció de comprar un terrenito, que según su decir, estaba chulo y lo compraron y se mudaron para allá. Yo me quedé con mi abuela que era quien me había mantenido, cuidado y querido desde que era un niño. La casa del pueblo quedó sola pero no abandonada, yo llegaba a escuchar música por las noches en el radio que dejaron, porque hasta allá en el terreno, no llegaba la energía eléctrica. A veces llevaba a mis amigos y en cierta ocasión hasta nos emborrachamos con mechazo, la bebida más barata que podía encontrarse en el pueblo y que te garantizaba una tremenda borrachera, como también un terrible dolor de cabeza al siguiente día.

Pero también visitaba la casa un tío, hermano de mi papá, que ya de viejo había dejado de beber y se había conseguido una dama. Mi abuela no la quería porque decían que había sido una mujer de la vida alegre. Nunca he entendido porque a las putas les llaman así, como si fuese alegre su profesión, será alegre para los hombres, pero para ellas no lo creo. Se ríen, pero como parte de su trabajo, ya que nadie va querer echarse a una puta enojada. Pero bien, como mi tío no podía llevarla a su cuarto, la llevaba a nuestra casa, donde como he dicho, yo llegaba a escuchar música. Y fue así como la conocí, luego de coger salía del dormitorio hasta el baño y pasaba en una bata transparente por el corredor donde yo me encontraba prendido del radio. Hasta allí, no había problema, éste comenzó a presentarse cuando se le adelantaba a mi tío, llegaba sola, se chuloneaba y salía a platicar con migo en su bata rosada y transparente. Luego se comenzó a insinuar. En cierta ocasión hasta intentó besarme. Me resistí, puta, era la mujer de mi tío y cogerla hubiese sido una cabronada de mi parte. La mujer, no es que había sido puta, seguía siéndolo y seguramente cogía con otros además de mi tío. De allí que para ella, poseerme a mi, era tan sólo gimnasia, calentamiento. Pero como veía que no prosperaba en su conquista, una noche, me dijo, Mirá papito, si él no se va a enterar, este será nuestro secreto.

No voy a decir que estaba mala, aunque tenía las patas secas, pero las chiches las tenía bien formadas y las nalgas bien paradas, la cara era regular aunque se maquillaba como puta. Una noche en que había llegado con sus pijazos y seguramente más excitada que otras veces, se me tiró encima, cual leona hambrienta y me dijo, Esta noche serás mío, papacito de mi alma. Yo seré quien te desvirgue, cabroncito.

Yo que por esos días, visitaba a las diez en punto, a la morena del Plan Básico, andaba más que satisfecho y seguramente, por eso, le pegué un derechazo en la boca y me la quité de encima. Me fui a la mierda y le dije a mi papá, días después, que ya no dejara llegar a mi tío con la dama, porque mucho relajo hacían. Mi padre, entendió, seguramente, que eran muy escandalosos al coger y que a mi me incomodaba. Pero, sea cual fuera su idea, los mandó a la mierda y el tío, tuvo que convencer a la abuela para que le diera un cuarto donde vivir con su mujer.

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También me quiso poseer mi profesora de latín, mujer altísima y bella como la mayoría de las eslavas que conocí. Con una estatura que rondaba los dos metros, hubiera tenido que hincarse para besarme. Todo el romance comenzó cierta tarde, cuando me mandó a llamar al encerrón de los viernes, que hacían profesoras y profesores con algunos estudiantes de confianza. Sólo conocían de su existencia los elegidos por la Akíchina, quien comandaba el orgiástico grupo, por ser la esposa de un alto jerarca del PCUS, si yo asistí, fue por la insistencia de mi profesora de latín a quien yo le agradaba y mucho. Antes de entrar me vendaron y para quitarme la venda, tuve que jurar solemnemente que moriría antes de hablar de lo que allí viera, oyera o hiciera, de no ser así, pagaría con mi vida. Juré, porque creí que era un juego, nunca imaginé a quiénes encontraría, ni que hacían. El ambiente estaba en penumbra, pero al cabo de un tiempo comencé a ver perfectamente.

Lo primero que me sorprendió fue que un estudiante ruso hacía una parodia burlesca de Lenin y todos se carcajeaban a más no poder. Otro comenzó a imitar a Stalin y otro mas a Nikita Kruchov, las risas iban en aumento así como los tragos de vodka. El profesor de Historia del PCUS, amontonaba a la Akíchina. Detrás de dos armarios ubicados en ele, en una cama cogía una pareja, no se veían pero se oían, cuando salieron, me fui de espalda, era un peruano y la decana de la facultad. Mi profesora de latín me dio un besote y yo me quedé mudo y extasiado. La Akíchina se fue con su amigo tras los armarios. Una cubana llegó retrasada y se excusó diciendo que la reunión de su célula se había prolongado demasiado. Imaginé que en algún momento mi profesora de latín y yo, caminaríamos tras los armarios. Ella, como ya dije, era muy alta, pero pensé, y qué, si en la cama todos se emparejan. Pero antes de que llegara mi turno, la Akíchina, ya satisfecha, dio por clausurada la reunión y fuimos saliendo uno por uno.

En las clases y en la vida cotidiana, todos se comportaban con una naturalidad pasmosa, nadie podría sospechar nada de nada. El encerrón de los viernes, de cada dos viernes de cada mes, para ser exactos, era como si no existiera y cuando quise comentarlo con la cubana, me mandó a la mierda instantáneamente. Y aquello quizá fue razón suficiente, para que ya nunca más se me invitara. Y mi profesora de latín no pudo poseerme, además de que, un mes después tuve que partir de regreso a mi patria El Salvador, que no tiene copia, seguramente, porque ningún país quisiera ser como éste.

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