lunes, 14 de septiembre de 2009

Capítulo 2: De cómo llegué a formar mi primer un hogar.


Parecería que la vida cotidiana no es importante; sin embargo, años atrás, para resolver mis problemas domésticos, de manutención, de vivienda, de lavado de la ropa y de sexo me tuve que enredar con varias mujeres. Más delante hablaré de ellas, porque de eso trata este escrito.

Pero vea usted, cuando dormía en la agencia de publicidad, donde por primera vez trabajé, luego de regresar de Moscú, ante la muerte de mi padre. A causa de llevar hasta el orgasmo telefónicamente a una chava, se me retiró la dispensa de dormir en el sofá de la oficina. Un hijo de puta, de los que tanto abundan, se encargó de informarle a mi jefe de lo mucho que yo hablaba por teléfono, al punto que en cierta ocasión me cortó la línea; no obstante, luego de esas llamadas eróticas, partía a hacerle el amor a aquella quinceañera impenitente.

Morena, gitana, cabellos oscuros y frondosos, pechos increíbles, labios carnosos y ardientes, piernas amplias como para morir dormido sobre ellas, ojos de amor que nuca veía en la oscuridad de su aposento, donde me recluía, esperando el silencio de la noche, el sueño de sus abuelos y la erección de mi pene hambriento de pasión.

Ella, sin duda alguna, era malvada, vivía con una tía enfermera, la que a su vez vivía con sus ancianos padres y cuando la tía tenía turno nocturno en el hospital, me decía que me fuese para su casa. El cuarto de la tía, que tenía un amante, daba a la calle y por allí me introducía hasta su dormitorio mientras los abuelos cenaban, debajo de su cama me ocultaba y cuando todos se retiraban a dormir, me sacaba de mi escondite. Nunca en mi vida volví a encontrar un clítoris como el suyo, su erección era tal que de haber sido lesbiana le hubiese sido muy útil.

Fueron noches de tanta pasión que hasta debería decir que las añoro, sus enormes tetas me enloquecían y se las mamaba con rabia, como queriéndomelas comer. Fueron noches de amor y de esperanza. Siempre creí que ella sería la mujer de mi vida, la que siempre me acompañaría, desgraciadamente, quince años eran demasiado poco para desposarla en nuestra civilización, y esa era su edad, aunque no lo pareciera, y tampoco yo lo creyera. Me eché a una virgen, sin quererlo, ni saberlo. Cuando lo supe me retiré aculerado, aunque años después la seguí cogiendo. Pero ya no era igual. La magia había cesado.

Pero antes de correrme, no se crea que no viví algunas experiencias dignas de ser narradas. La tía, tenía un amante, a quien le había contado de mis amores con su sobrina. En cierta ocasión el amante de la tía estuve a punto de matarme. Tanto él como la tía sabían de nuestra relación furtiva y es claro que no estaban de acuerdo con la misma. Pero no sabían cómo detenerla. El amante que se sentía muy macho, como todo buen guanaco, se ofreció para detenerme y casi lo logra. Cierta noche cuando yo me retiraba del dormitorio de mi amada, como a las dos de la madrugada, el amante de la tía que la esperaba a ella en su automóvil, me vio salir furtivamente de la casa y sacó su revolver para dispararme. Aquella fue una situación espeluznante, lo vi con revolver en mano al interior de su automóvil y corrí como un alma en pena, si es que estas pueden correr, lo cierto es que para mi fortuna las cuadras eran muy cortas en esa colonia y pude doblar la esquina antes de que aquel desgraciado, tuviera tiempo para disparar. Corrí y corrí con toda la velocidad que me permitían mis piernas jóvenes y ágiles y logré despistarlo. Pero el recuerdo del cañón, de su pistola apuntándome, se quedó grabado para siempre en mi memoria. Hijueputa, si él siendo casado se echaba a la tía, como me contó la Amanda, después, qué putas le importaba que yo me echara a la sobrina de su amante. Pero claro, aquello ocurrió en los años próximos a la guerra, cuando matar a una persona era lo mismo que matar a un perro. Estábamos tan degradados en término de valores y principios que nadie se iba a sentir mal por asesinar a un amante desvelado. Era como ahora, aunque por razones diferentes.

Pero tales experiencias y mi reciente matrimonio me condujeron a dejarla. No podía seguir con ella, nuestra relación no tenía futuro, por mucho que me gustara, por mucho que me realizara haciéndole el amor, aquello debía de terminar. De modo que sencillamente me desaparecí de su vida. Pero a ella, no le pareció que las cosas debían de ser así y con sólo dos datos que tenía de mi vida logró ubicarme. Uno era que trabajaba en una agencia de publicidad y el segundo es que tenía una tía abuela que vivía en la 11 avenida sur número 55. A ésta la visitó y le contó de nuestro amor, desgraciadamente para ella, mi tía no le ayudó mucho porque no sabía dónde localizarme, pero sus llamadas telefónicas a diferentes agencias de publicidad, le rindieron frutos. Un día me localizó.

Y, yo, aunque ya estaba casado no pude resistirme, cogerla era tan rico que la seguí cogiendo, aunque para hacerlo sin despertar sospechas de mi mujer, tenía que beber antes o después de estar con ella. Hasta que un día de tantos me informó que se largaba para México y se fue. Allá trabajaba de guía en el Museo de Historia Natural y allí conoció a un joven universitario, el cual se prendó de ella desde la primera vez que la vio. No era extraño, la Amanda era bella y atractiva. De modo que después de salir con él varias veces, al cine, a los nigt club, a bailar en las discotecas, al cumpleaños de la hermana de él y luego de observar la riqueza de su padre, la Amanda, se decidió a coger con él, aunque en edad no estaban parejos. Dos años anduvieron de novios y fue para entonces que vino a visitarme.

Regresó con el único propósito de descubrir, por recomendación de su psicólogo, qué tenían nuestras relaciones que la llevaban al orgasmo, lo que no ocurría con su amante con quién estaba próxima a casarse. Pero la magia se había terminado y emputada me dijo: No se cómo antes me hacías terminar, si coges peor que mi novio.

Esto de las relaciones sexuales es jodido, aunque mi hipótesis es que si amas a alguien tendrás relaciones sexuales satisfactorias. O mejor dicho, si los amantes se
aman, tendrán sexo satisfactorio. Pero de no ser así, no habrá magia y la magia en el sexo es imprescindible, como los valores y principios en política, aunque muchos de los políticos parecen ignorarlo.

Pero su historia tal parece que no concluyó como yo la imaginaba: casada y feliz con el universitario, quien para entonces ya estaría graduado. El padre de éste viudo y millonario, magnate de las comunicaciones, igual se prendó de la Amanda y ésta, que siempre había tenido predilección por los hombres mayores, se deshizo del hijo y se casó con el padre. Ahora posee enorme fortuna en la tierra azteca, pero carga en su historial con dos cadáveres, el del hijo que se suicidó y el del padre que murió de pena.

La hija y la hermana del magnate fallecido, sospechaban de la Amanda y pelearon la fortuna que ella iba a heredar. ¿Quién podía creer que alguien se pudiera morir de pena, de tristeza? Sin embargo, tampoco se pudo comprobar que hubiese mano criminal tras el deceso del don. Recientemente, algunos estudios científicos han descubierto, que en tales casos, se encuentra una enorme concentración de feromonas en el cerebro. No se dice que la concentración de las feromonas en el cerebro sea la causa del deceso, pero si que existe una correlación muy alta. Mejor para la Amanda, de ser cierta tal hipótesis y si le hicieron autopsia al viejo y encontraron la concentración de feromonas, de lo contrario para la familia de los difuntos, hijo y padre, ella seguirá siendo la asesina. Y es que a decir verdad, ella fue la responsable, directa e indirectamente, de aquellas muertes. Quién sabe por qué razón, pero a menudo, el sexo está relacionado con la muerte.

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Decía páginas arriba que la Amanda me localizó, no gracias a mi tía abuela, sino por la referencia a la publicidad. Pero sin embargo, mi relación con mi tía abuela fue muy especial. Nada de sexo, por supuesto, ella, era una anciana. No obstante me ayudó a librarme de aquella que yo consideraba mi gran amor. Mirá, me decía, ella es turca y los turcos son pata chuca. ¿Cómo vas a soportarle su mal olor? Aunque ella no me convenció del todo, la Ada no fue la mujer de mi vida como yo creía por ese entonces, además de pata chuca era interesada. Mi tía abuela, era una anciana bella, cuando me gradué de bachiller me regaló el traje, cuando pasé de sexto a séptimo me regaló unos patines, con los que hice maravillas. Si alguien me ayudó a confiar en mi fue ella, me consideraba, más inteligente de lo que en realidad era. Cualquier tontera que yo manifestaba, ella le daba su interpretación y yo salía muy bien librado, además me hizo conocer a Garrid, el de reír llorando; sin embargo, nunca me perdonó, dos cosas: la primera que me hubiera ido a Rusia, a la URSS, para ser más exactos. Cuando volví en total miseria y busqué su ayuda, sencillamente me decía, Quien mal se gobierna despacio padece. Ella siempre se opuso a que yo marchara a Moscú. Y la otra es que yo hubiese comentado en la sobremesa acerca de su amor de juventud en Zacatecoluca, en presencia de mi tío abuelo, quien indignado se levantó de la mesa. Ocurría que dos veces por semana, yo llegaba a almorzar donde ella, quien me regalaba diez centavos para el bus de regreso. Pero yo esperaba el bus de la Universidad, me iba gratis y aquellos diez centavos me servían para comprar cinco cigarros. Tampoco gastaba en la ida, pues, usaba el bus de la Universidad. Cuando uno es joven y pobre se las ingenia para la consiga.

No se si algún día me perdonó, pero esa vez que fui indiscreto, me exigió que yo le dijera al tío abuelo que eran mentiras lo que había dicho, pero como era verdad, no pude hacerlo, y me fui, pero me llevé una cuenta de ahorros que ella me había abierto en un banco con la esperanza de que me ganara una beca que rifaban. Noventa colones, eran tan sólo, pero me sirvieron de mucho. Le explique a mi padrino, con quien vivía, lo que había pasado y él me dio la razón. Que no joda esa vieja, me dijo, si ella te había contado que en su juventud tuvo amores con otro, que se deje de mierdas. En lo que si se que fallé, es que tiempo después le quise coger la mujer a mi padrino, afortunadamente, para mi y mi padrino, ella, era una mujer decente y me dijo, Pero y a vos que te pasa, cabrón. ¿Crees que soy puta? Y me dio una semana para que me fuera a la mierda. Afortunadamente, salió la beca de la Universidad y me trasladé a vivir en la primera residencia universitaria.

A veces uno, al calor de los tragos, hace cosas indebidas. Yo en muchas ocasiones las hice; sin embargo la suerte me acompañó, como aquella vez que seguí a una mujer que era puta de los militares, quienes tenían un burdel muy exclusivo, pero yo no lo sabía. Llegué hasta la puerta de entrada y me lanzaron tres vigilantes para que me capturaran, corrí lo más que pude, hasta me salté una barda, en cuyo alambre espigado dejé parte de mi camisa y de mi espalda. Pero seguí corriendo, hasta llegar al descampado, donde la policía me encontró escondido, en una hondonada, de allí me condujeron al cuartel central de la policía, donde me divertí esa noche, jugando trecillo con los otros prisioneros. El lunes, mi esposa, pagó la multa sin preguntarme nada. Cuando no amanecía los sábados en la casa, ella ya sabía que debería irme a buscar a la policía. Me entubaron tantas veces, que para ella ya era una costumbre ir a pagar la multa y sacarme de las ergástulas de la policía, pero no por político, sino por bolo.

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Luego que perdí el sofá en la agencia de publicidad, fui a parar a un corredor en la casa del padre de un compañero de trabajo. En verano la frescura del corredor resultaba agradable, pero en invierno me azotaba la lluvia y tuve que abrigarme en los brazos y en la cama de la hija mayor de quien me daba de dormir. La mujer estaba vieja y fea, pero me quitaba el frío en las noches invernales. La relación terminó, cuando me acusó de haberle transmitido una enfermedad venérea, pero yo estaba sano, lo cual indicaba que ella había hecho sus tiros por otro lado.

Del corredor pasé a vivir a la casa de otro amigo, en un cuarto con piso de tierra muy propicio para las pulgas, sin energía eléctrica, pero donde la lluvia no me alcanzaba y yo si alcanzaba a la empleada doméstica. No recuerdo siquiera su apariencia física, lo cual indica que durante el día me resultaba invisible y tan sólo la sentía durante las noches. A este momento, ya ganaba un poco más y estaba harto de aquella forma de vivir. Bebía demasiado, seguramente, para fondearme y no darme cuenta de mis anocheceres.

Fue así como comencé a explorar la posibilidad de formar un hogar y me encontré con una ex novia de bachillerato. Comencé a salir con ella y luego de tres meses, le pregunté: no, si me amaba, sino si le alcanzaba lo que ganaba para vivir y ayudarle a su familia. La respuesta fue afirmativa cual era mi caso también. Entonces le propuse que nos casáramos y así lo hicimos. Tuvimos dos hijos, compramos una casa, nunca padecimos de problemas económicos. Nuestra vida, creo que fue agradable, luego que yo dejara de beber. Pero algo le faltaba. Esta es una forma hipócrita de hablar, de no querer reconocer que no la amaba, que, incluso, resentía desprecios suyos cuando fuimos compañeros en el bachillerato, como la vez aquella, cuando se la pasó bailando con un pendejo toda la noche, fingiendo ser feliz y que yo no le importaba. El orgullo en la juventud es un mal terrible, pero con los años hasta éste va pereciendo, agotándose, como uno mismo.

Además tenía una forma curiosa de joderme, siempre me decía, El día que te encontrés una mujer más joven que yo, me abandonarás. Lo cual, ciertamente, me parecía tonto y nunca la tomé en serio. Como, dije, tenía una vida tranquila y todo lo necesario para disfrutarla. Profesionalmente, luego de dejar la publicidad y de trabajar en la UCA, me sentía realizado. Había dejado de beber, ya hacía mucho tiempo y hasta pensaba que si dejase de fumar, sería casi perfecto.

Pero un día, cuando estudiaba en la UCA, para mi desgracia o mi fortuna, decidí asistir a la casa de una compañera a realizar un trabajo y me encontré con su hermana que era pitonisa. Me leyó la mano izquierda y entre otras cosas ciertas acerca de mi personalidad, que bien podría saberlas mediante su hermana, me dijo: Tendrá cinco hijos. Solté una carcajada y le respondí: Aquí si se fregó porque la fábrica ya está cerrada. Mi esposa se había esterilizado y yo no concebía el que pudiera iniciar una nueva relación a mi edad, cuando, incluso, me sentía que podía morir tranquilo, había realizado todo lo que me había propuesto.

Pero aquella pitonisa sabía más de la cuenta y casi al final de mi vida puedo decir que no se equivocó: Tengo cinco hijos. A veces he dicho que, mis últimos tres hijos, son responsabilidad de la pitonisa, que de no haberla conocido, ya me habría librado de las responsabilidades paternas y podría morirme tranquilo, ahora mismo.

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