La Puerta es un buen restaurante para pensar, conversar, o simplemente divagar con la mente, al menos, mientras no llegan los empleaditos con sus poses de ejecutivos, armados de celulares y con sus corbatías cubriéndoles las incipientes barriguitas cerveceras. Porque cuando ellos se aparecen, con su necia costumbre de hacerse notar, el estruendo que causan se torna insoportable. Digamos también que es tranquilo, mientras no haya un partido de fútbol que se transmita por la televisión, porque si lo hay, ya es hora de marcharse. Pero a eso de las cuatro de la tarde, cuando sólo estamos los intelectuales, nosotros los eternos subempleados o mantenidos disimulados por nuestros padres o por la mujer, en su defecto, observando el paisaje que se mueve frente a la ventana, es mi lugar preferido. Porque frente a la ventana desfilan unas cosas que, pa que les cuento y también algunas cositas, pero tan perfectamente modeladas, que se colma el placer de mirar. Actividad a la que son muy adictos los de mediana edad y también los otros.
Y allí estaba, yo, junto a la ventana aquel viernes de diciembre, como todos los viernes del año, yo, el ex político, ex revolucionario, sociólogo por vocación y estudiante de derecho retirado, economista y medio filósofo, marxista confeso, vaciando mi botella de cerveza, mientras dejaba brotar mis profundos e intrincados pensamientos, acerca de la vida y sobre mi vida. En realidad conversaba con migo mismo, porque en aquella mesa junto a la ventana sólo me encontraba yo y mis pensamientos.
El final del siglo y del milenio concluirán, como dicen los comentaristas de fútbol, cuando concluyan, ¿y qué? Aparte de ser una buena justificación para beber y hartarse, ¿qué importancia puede tener?
Digamos que también puede servirnos de pretexto para evaluar nuestras humanas vidas y convencernos de lo poco que hemos avanzado en eso que se llama civilización o humanización de lo humano. Es obvio que en lo social y en lo individual es muy poco lo que hemos crecido. De no ser por la chera de Calcuta y Luther King o Ghandi, diría que casi nada.
¿Y qué? A pesar de las últimas masacres del siglo en Chechenia, el mundo continúa su marcha y con todo, mi vida también sigue; sin embargo, cuando solitario desayuno en un cafetín de mala muerte, cuya masiva demanda está constituida por la secular pobreza de los estudiantes, no dejo de acordarme de la mujer. De no haberla conocido, mi vejez hubiera sido pletórica en comodidades, mis desayunos, por ejemplo, me los hubiese servido una empleada de nalgas frondosas y dedicada a atenderme, exclusivamente, a mi.
Si, la vida siempre continúa, a pesar de los pesares de quienes han sido víctimas de los tiranos. Franco asesinó a varios miles de españoles, no obstante dicen los que sobrevivieron en España, así como los que regresaron luego de la muerte del generalísimo y, sólo hasta entonces, que España va bien ahora.
Por eso seguramente es que río a mares, cuando en compañía de dos muchachas de vivir alegre, luego de haber jodido, pienso que todo va bien y no me importa para nada haberla conocido.
A pesar de Hitler y los millones de cadáveres, las dos Alemanias terminaron rejuntándose, pero el socialismo histórico acabó sin gloria pero con mucha pena, al menos en Europa: la culta y civilizada, la que sigue viendo con complejo de inferioridad a los gringos, no por su cultura sino por si riqueza.
Y mi vida con ella terminó por agotarse, en silencio, sin dramas, ni tragedias, pero me consuelo al pensar que vivirá la misma experiencia que los alemanes o peor aún, la de los rusos por pendejos y por culpa del tal Gorva.
Y aunque desprecien la comida chatarra de los gringos: sus hijos ya se intoxican en los Macdonals, Bigest y demás. Los rusos pensaban que el problema era el sistema y que con la libertad que brinda la democracia vivirían felices. Los alemanes, por su parte, creían que bastaba con que hubiera muchas mercancías para que todos pudieran tenerlas, pero ahora sólo ven los escaparates. Gran chasco se han llevado.
Ciertamente, cuando el sudor que provoca planchar mis vestimentas baña mi frente, no dejo de acordarme de ella. Y a veces hasta llego a decir: ¡Qué hija de puta! Pero sigo con mis tareas cotidianas, esas que hacen que la vida continúe…
A pesar de los tiranos la vida sigue. Stalin, se palmó a varios millones de rusos pero cuando deambulé por la URSS, en los sesentas, la gente vivía, jodía y trabajaba, tenían sueños y esperanzas, cantaban y bailaban. No estaban tan bien como los gringos, pero si mejor que cualquier tercermundista. ¿Y ahora?
Y las mujeres tomaban la iniciativa, según decían los camaradas del partido, seguramente por eso no me resultaban extrañas sus poses de mujer ejecutiva, ni sus crisis de ansiedad cuando su avance se frenaba. No era nada nuevo aquello del feminismo, aunque ella lo presentara como quien ha descubierto la orilla azul de la taza bola.
Ahora los españoles quieren juzgar a Pinochet por la frustración de no haber juzgado a Franco. Pero cuando pienso en la solitaria soledad del prisionero político, o en la tumba sin nombre donde yacen los restos de tanto desaparecido, siento que odio a Pinocho y a tantos otros tiranos.
Por haberla deseado y disfrutado, soy ahora, uno más de los tantos seres solitarios que soportan los monótonos menús de los cafetines: el pollo refrito del día anterior no estimula mi apetito, además del riesgo terrible de que me salgan plumas a causa de comer tanta ave, ya que la carne de res, sencillamente, se resiste a ser triturada por mi gastada prótesis. Cierto que mi soledad cafetinesca tiene también sus ventajas: las meseras de buenas nalgas, de alguna manera, se convierten en parte del menú, con lo cual su partida no resulta tan trágica como pudiera parecer.
El mundo hasta ahora se acordó de Pinochet y de los militares argentinos y busca cobrarles sus crímenes. Viejos y cansados, maltrechos y enfermos, pero sin inspirar compasión, ahora están pagando lo mucho que debían. En esta vida a veces se pagan los crímenes, los errores de juventud, como dice el cínico exdirigente del ERP, por haberse palmado a Roque y ahora metido a bombero social de la burguesía.
Como también los amores y los desamores, la infidelidad y las traiciones. Yo también algo estoy pagando, de eso no me queda ninguna duda. Que el siglo se acaba, también el milenio, ¿y qué? A mi me bastaría con tener una doméstica para nunca volver a pensar en ella, porque cuando veo el piso sucio y pienso en que es preciso barrerlo y trapearlo, recuerdo que ella me mandaba a su empleada para que me limpiara la casa, exclusivamente, aunque fuera una vez por semana.
Los yankis siempre han mandado a sus mariners a limpiar los traspatios del mundo de los que consideran enemigos del sistema o de quienes se les parecen y sin embargo, se creen los defensores de la democracia y del mundo libre. Ellos, son, los luchadores por la libertad y no, aquellos a quienes derrocan, aunque éstos hayan sacrificado sus vidas buscando mejor vida para el pueblo.
Realmente, pensándolo bien, calando hondo en mi sentir, siendo honesto, ella, es y podría ser una excelente compañera para cualquiera que dispusiera del dinero suficiente para pagarle por sus servicios: su don de mando, sus alaridos sargentonescos, su buen gusto, sus recetas de cocina, su decoración, etc. En serio, lo digo, aunque claro, nada de ensuciarse las manos, esto es, sin joderse, pues. Por eso, en verdad para reemplazarla más que una doméstica, necesito una buena ama de llaves. El problema es que sigo sin sacarme la lotería y no tengo dinero para pagarle.
Si los gringos asesinaron a Lincoln, a los Kennedy, a Luther King, a Malcolm X, a Jofa, no es de extrañar que los salvadoreños nacionalistas se echaran a Monseñor Romero y a los padres jesuitas, a don Enrique y a miles más de seres humanos humildes. Parece una obviedad percatarse que la gente nunca ha respetado la vida,… ¿Y dónde está la civilización, pues? ¿Dónde el respeto a los derechos humanos?
¿Cómo entonces podría yo esperar que ella respetara sus promesas? Había prometido no abandonarme nunca y no obstante se fue calladamente, aprovechando la oscuridad de la noche, como los golpistas de siempre. Ciertamente, su huida fue un golpe a la familia, base fundamental de la sociedad democrática, en la cual nacimos y vivimos. ¡Aleluya! ¡Aleluya!
¡Como que ya se me está subiendo la cerveza, no!
Porque así somos los humanos es que nunca podré odiarla, actuó como debería de haber actuado, no podría esperarse de ella otro comportamiento: de lo contrario sería alguien excepcional y no lo es, ¡que va a serlo! Y es que no hay mujeres, ni hombres excepcionales, eso lo prueba la Jacky que jodió con el gnomo de Onassis, para vengarse post mortem de los amores de Jack con la Monroe. En materia de alcobas seguimos siendo los mismos mongoles de siempre.
A Gengis Khan, por ejemplo, le robaron la mujer y le regalaron un bastardo, para lavar tal afrenta decidió conquistar el mundo conocido y lo logró con tanta facilidad que, seguramente, nadie podrá discutir lo íntimamente relacionados que están la política y la pasión, así como la fuerza que desencadena la pasión humana. A las mujeres se desean pero no se aman, el amor está reservado para los hijos y para los padres, al menos, esta es la sabia opinión de un filósofo oriental anónimo, de los tiempos del Kulai Khan.
A mi, me abandonó la mujer y aún no había tenido tiempo para enterarme de la razón real que la animó a cometer tal “ignominia”, pero en estas cosas las posibilidades teóricas se reducen a una y ésta es que ya no me deseaba, lo cual, ciertamente, no es una causa imputable a ella, sino a mi cuerpo cansado, flácido y poco complaciente. Pienso que esta es una hipótesis bastante posible.
Los seres humanos tenemos necesidades sexuales, las cuales satisfacemos de distinta manera. En otras palabras la necesidad es, más o menos constante, pero los satisfactores varían. Así para el caso que nos ocupa, me he enterado recientemente que la mujer que lo hacía conmigo, ahora sale con otro y como se trata de una persona adulta y con necesidades, dable es pensar que ahora lo hace con ese otro, o sea, pues, que ha encontrado un nuevo satisfactor.
Por razones, en un primer momento ininteligibles, enterarme de aquél cambio me dolió hasta el llanto, aunque fue algo muy breve y pasajero. Pronto recobré la calma, misma que durante varios meses había disfrutado. Me bastó con preguntarme, ¿qué pasa? ¿Por qué cuando se marchó no experimenté ningún dolor? ¿Por qué ahora me duele? La razón no deja de ser sencilla: el que se fuera, no implicaba necesariamente que me había cambiado. ¡Ah! Pero el que saliera con otro, era diferente. Bien, ¿pero por qué tiene que ser doloroso tal hecho? Si ella satisface ahora sus necesidades sexuales con otro, igual puedo hacerlo yo con otra, ¿no es cierto? ¿Dónde puede tener, entonces, su origen el dolor experimentado? Tal parece que en el amor propio herido, ya que resulta humillante que se nos desprecie, que se nos cambie.
Pero y entonces, ¿cómo se explica mi pronta recuperación? Seguramente en que una vez que hube comprendido la causa de mi mal sentir, inmediatamente, recobré la cordura y recordé que a mi también ella ya no me satisfacía y que si algo me gustaba de mi nueva condición, era poder disfrutar con tranquilidad de otras mujeres.
Ciertamente, durante los años en que ella me satisfaciera, le fui fiel. No por virtuoso, sino porque soy práctico, ¿para qué complicarme la vida si estaba satisfecho? Es más, a partir del momento en que descubrí la intensidad del placer sexual en otra mujer, dejó de importarme los largos meses que pasábamos sin relacionarnos y dejé también, por lo mismo, de buscarla en la oscuridad ansiosa de la noche y de procurar reconciliaciones a la luz de la razón durante el día.
A veces en los trayectos carreteros largos, particularmente, cuando manejo por el sector de la playa o cuando estoy atrapado en un endiablado congestionamiento vehicular, me acuerdo de lo mucho que disfrutamos haciendo el sexo. Siempre permanecerá grabada en mis neuronas su imagen de jovencita delicada, cuando caminaba hacia mi en toda su desnudez y yo la esperaba con todas las ansias acumuladas en 40 años de insatisfacción sexual. De la misma manera, en mis recuerdos, siempre escucharé su llanto de virgen y mi respiración acelerada. De las yemas de mis dedos nunca podré arrancar aquel contacto maravilloso con su busto altivo, de pezones eréctiles ante el suave contacto de mis labios. Gracias, doy gracias a la vida, por la dicha infinita de haber sido copartícipe de sus primeros orgasmos. Ciertamente, esos momentos que revitalizaron mi mente, mi alma y mi cuerpo, los añoro infinitamente. Aquella entrega sin pedirme nada, aquel placer nunca sentido, ni siquiera en los sueños más alucinantes… Eso, nadie podrá cambiarlo, ni siquiera ella podría robármelo. Pero eso que ahora añoro, ya era un lejano recuerdo antes de su partida, aunque a veces tercamente buscaba de nuevo vivirlo, sentirla como antes era. Cerraba los ojos y palpaba su cuerpo, pero la sensación era de estar con otra, no con aquella que me dio felicidad y vida.
Aunque por compasión ante la destrucción fiera que los años habían hecho en su cuerpo y agradeciéndole por todo lo que me había dado en sus buenos tiempos, nunca se lo hice sentir. Aunque en su necia búsqueda por volver al peso y a la talla de los años de juventud, debí de adivinar que ella presentía mi desilusión y la terrible frustración que le embargaba, al ya no ser aquella que había me había seducido.
Terrible obsesión, la de ella y la mía, ella, por volver a ser lo que había sido, yo por volver a sentirla como la había sentido. Su partida, ahora me resulta comprensible. Sólo podía disfrutar de su cuerpo remozado con alguien que no la hubiera conocido en su remoto pasado, con alguien que no la comparara con aquella que ya nunca podría ser. El otro podía tener sus propias fantasías con lo poco que quedaba de ella, pues para él lo era todo. Para mí, en cambio, era imposible. Nuestra relación por tanto ya no podía ser, estaba agotada. Pero nuestras vidas aún no lo estaban, de allí que así como decidió ella iniciar aquel nuestro romance, igualmente decidió darlo por concluido. Sabia decisión y muy oportuna, ya que ambos aun podemos disfrutar del sexo.
Estamos a tiempo de seguir gozando, pero entre nosotros aquello ya no era posible, de modo que nuevamente tengo que agradecerle: primero, por haberme permitido descubrir su Amazonas y ahora, por obligarme a que siga disfrutando de las delicias de las selvas inexploradas, aunque esto sólo lo saben las selvas mismas. Afortunadamente, a diferencia de algunos animales, los humanos no somos monógamos de por vida. ¿Será esto civilización?
No puede llamarse civilización a esta humanidad que condena el aborto y justifica la pena de muerte ó que práctica el aborto y condena la pena de muerte. Que dice luchar por los pobres, pero busca vivir como los ricos o que siendo rico se lamenta por los pobres, los cuales son producto de sus acciones. Una humanidad que se acaba el planeta con su civilización y quiere civilizar a los indígenas del Amazonas que han coexistido con la selva sin depredarla. Una humanidad que mata por imponer la fe en un Dios, sin considerar los mandamientos de su propia fe. Una humanidad que se siente realizada con el tener, sin importarle que está dejando de ser humanidad.
Terminé de beber mi cerveza, mi ser social y mi ser individual, necesitaban reposar, ya era la media noche. De modo que tomé mi automóvil y me dirigí a mi casa. Por el camino, me imaginé a mi mujer haciendo el amor con el otro y sentí deseos de llorar y lloré a moco tendido. Abrí la puerta de mi casa y seguí llorando. Tomé de una gaveta mi revolver e intenté darme un disparo. Pero reaccioné y me dije: Después de un tiempo, viene otro tiempo. Verdad de Perogrullo, pero me sirvió para seguir vivo.
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