lunes, 14 de septiembre de 2009

Capítulo 12: Las putas que me poseyeron y sus lugares de trabajo.


Cualquiera podría pensar que las prostitutas no tienen cabida en estos memoriales, que sólo vendrían a arruinar las historias de amor que he narrado. ¿Pero es que acaso existen diferencias tan profundas y marcadas entre tener relaciones sexuales con una amante, una esposa, una bliat, una novia, una prostituta o una mujer casual?

¿Qué hace tan diferente a las trabajadoras del sexo, como para que yo me negase a hablar de ellas? Algunas fueron muy bellas, otras muy complacientes, algunas cariñosas, otras comprensivas. Otras, feas y viejas, pero me brindaron un momento de placer. También ellas me poseyeron y por eso, aunque sólo fuera por eso, tienen todo el derecho de aparecer en estos memoriales. Seguramente no logre describirlas con toda la precisión que se merecen, al fin y al cabo, no pasaron de ser más que una y sólo una, aventura nocturnal. ¿Te haz preguntado por qué las relaciones con las prostitutas siempre son nocturnas? Aunque no siempre fue así y no tiene porque serlo.

La primera mujer que me poseyó, era una puta vieja, pero sin exagerar, toda mi generación fue poseída por ella y sin duda que también la anterior a nosotros, o sea la de nuestros padres. Ocurre que, por entonces, era la única puta que había en el pueblo y no tenías otra alternativa que ser de ella o no ser. Y en la adolescencia es de suma importancia el ser, de lo contrario se te podía cambiar de lugar el objeto de placer.

Cobraba miserables veinticinco centavos y aunque era poco dinero nos resultaba difícil conseguirlos, había que sacrificar una ida al cine, cinco conservas de coco o dos minutas y media, lo cual no era poco. Pero lo hacíamos, el placer de penetrar a aquella anciana, era incomparable. Es por ello, que cuando la luz del sábado partía, más de alguno estaba esperando que ella entreabriera la puerta de su casa para entrar con sigilo. No te vio nadie, nos decía. No, respondíamos. Aunque todo el pueblo sabía cómo se ganaba la vida.

Con honestidad, lo digo, nunca supe qué aspecto tenía. Sólo sabía que era vieja porque la sentía al palpar su cuerpo marchito. Pero a quién le importaba.

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Después vino la Ciguanaba, ésta era otra vieja pero no tan vieja, tendría quizás unos cuarenta años y cogía en el monte. No era puta declarada y por eso, no tenía un lugar de trabajo. Le hacías una seña y ella caminaba hacia las fincas cercanas. También cobraba poco, pero era muy exagerada con el tiempo. A penas se la habías metido y ya estaba jodiendo con que ya habías terminado. El tiempo que te venden las putas se agota cuando terminas, al menos, así era para aquellas de mi pueblo. Después hasta las contraté por una noche.

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Había otra que vivía en el campo, nunca supe si tenía marido, pero si sabía, porque era saber popular juvenil, que los viernes bajaba a hacer los comprados y a ver que ganaba. De modo que uno la esperaba en la ronda, cerca del mediodía. Y ella, al verte sentado en alguna piedra a la vera del camino, esperándola obviamente, buscaba el lugar apropiado. Uno sólo la seguía como perro que persigue a la chucha en brama, aunque ella no lo hacía porque estuviera apta para ser fecundada, sino porque esperaba ganar unos centavos. Su cuerpo era macizo, sólido, seguramente, además de las caminatas al pueblo realizaba algún trabajo físico que la mantenía en forma. Pero tenía un defecto que a mi me desagradaba, el hueso encima de su cosa era muy saltado y luego de cogerla no dejaba de quedarle a uno cierto malestar, un dolorcillo desagradable arriba de los geniales. Por lo demás era paciente, tranquila y cobraba los mismos veinticinco centavos, que el mercado había establecido como tarifa para las trabajadoras del sexo, allá en mi pueblo por aquellos años. Dorados tiempos, les llaman, a los que ya son cosa del pasado y se pintan mejor que el presente; sin embargo, conseguir la peseta que eran los honorarios de la campesina no siempre resultaba fácil, éramos unos acabados de mierda. Nuestra sociedad es y era así, hasta para tener sexo había que tener dinero, es la mercantilización de los bienes y servicios, como diría un bicho que ha recibido un curso de economía política marxista.

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Después vinieron las putas que llegaban a la fiesta de agosto en Cojute, donde estudiaba bachillerato. Estaba en lo mejor de mi adolescencia. Los profesores del Instituto, nos advertían de los riesgos de contraer una enfermedad venérea con ellas, con las pécoras que ponían sus lugares de trabajo en el campo de la feria, y nos recomendaban no visitarlas; sin embargo, era una ocasión soñada para conocer mujeres nuevas. Afortunadamente, por aquella época no había SIDA y pudimos coger sin arriesgar la vida, aunque los chancros y las purgaciones eran cosa común, porque eso de coger con capucha no era nuestra costumbre. Además ya sabíamos que la peor purgación se acababa con una Bencetacil 6-3-3, de modo que cuando ocurría algún percance, llegábamos a la farmacia a que nos la inyectaran. En la farmacia no había ningún problema, el o la encargada, ya sabían de estas cosas, el problema era conseguir los cinco cincuenta que costaba el medicamento. Pero se conseguían, a los jóvenes lo que más les abunda es la imaginación, así como aquella osada idea de que a mi no me va a pasar.

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Andando el tiempo y ya estudiando en la Universidad y recibiendo además una beca de noventa colones de aquel tiempo, los cuales me parecían una fortuna, lo primero que hicimos al recibir nuestra primera mesada, por indicación de uno de los de mayor edad, fue dirigirnos al Montecasino, un burdel ubicado en Soyapango y que éste compañero conocía. Nos fuimos en taxi, como magnates, y entramos a aquel encantador lugar de luces tenues y mujeres bellas, todas disponibles para nosotros. Una cinquera con música suave alegraba el ambiente y podías bailar con la chica que quisieras. Allí, vos eras dios, o poco menos que eso. No tenías que rogar a nadie, ni convencer, ni seducir a las chicas, sencillamente tomabas de la mano a la que te gustara y la conducías a la pista de baile. Luego si te agradaba, le preguntabas por el quantum y estando de acuerdo en los honorarios por sus servicios, ella te conducía a una habitación, donde tenías derecho a un polvo y nada mas. La inflación y la calidad del producto habían multiplicado por cien los costos de echar un polvo. Pero bueno, son cosas sobre las que los humildes mortales no pueden incidir. Lo único que importaba es que podías seguirte costeando las cogidas con las putas, aunque los precios anduvieran por las nubes. Bellos que son los burdeles, o al menos, lo eran en aquel tiempo cuando el SIDA aún no había minado las confianzas.

Cogimos y bebimos o al revés, bebimos primero y cogimos después, lo cierto es que pasamos toda la noche en el burdel y a la mañana siguiente, veníamos los recién becarios de la Universidad y las putas, en el mismo autobús, para San Salvador.

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También visité la Punta del Este, el burdel más exclusivo en los años sesenta y lo digo, desde mis limitados conocimientos en materia de pisaderos. Pero a este lugar no podías entrar si no ibas de traje, sólo la entrada te costaba diez colones, las cervezas valían tres cincuenta, los sencillos de vodka ocho, no supe del precio del güisqui, pero imagino que un sencillo te lo metían en quince. Las muchachas ciento veinticinco. No gracias, mejor me voy a la Casa Rosada, donde siguen a veinticinco. A la Punta del Este sólo fui a pasear, invitado por un amigo abogado, pero tampoco él se animo a pagar lo que cobraban y frustrados por nuestra condición de pobres, terminamos bebiendo en La Praviana, donde era posible conseguirse una puta hasta por veinte pesos, pero a causa de la mala experiencia hasta las ganas de revolcarnos se nos habían pasado. Bebimos hasta el amanecer, para terminar desayunando panes con frijoles, queso y huevo duro en un cafetín ambulante, llamado El Amanecer, que se instalaba en la plaza 14 de Julio. Tiempos aquellos antes de la guerra, cuando ser revolucionario no te costaba la vida y no te significaba más que hablar sobre el socialismo, mientras bebías en El Faro o La Praviana. Luego todo cambió con la guerra. Luego todo cambió con la paz. Luego todo cambió, hasta nosotros.

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El Fory- Five, era un burdel tranquilo, de clase media, pero con chicas de primera, no engalanadas, ni pintarrajeadas como las de La Punta del Este, pero si bonitas, agradables, querendonas, apetecibles, pisables dados sus precios asequibles. Allí conocí a la Nuria, chica de rasgos árabes, seguramente de ascendencia Palestina, luego de varias visitas, ya me consideraba su cliente, lo cual le permitía exigir ciertos derechos adquiridos sobre mi persona en relación a las otras pécoras. Yo encantado de la vida, porque me gustaba, me agradaba la Nuria, es que las mujeres de origen árabe siempre me han seducido, aunque yo me sienta de origen canario cuando escucho sus cantos en la tele. De modo que si llegaba y ella estaba ocupada, sólo me ofrecían bebida, y me decían que ya pronto vendría, que andaba por el baño. Andaba trabajando, eso yo lo sabía, ¿pero acaso ese no era su negocio? Cuando nos tuvimos un poco de confianza, me confió que estudiaba en la UCA y que al no mas graduarse iba a dejar este trabajo. Que le salía bien pesado luego de la Universidad venirse para el trabajo y que casi no le quedaba tiempo para estudiar porque amanecía desvelada. Afortunadamente, con escuchar las clases, le bastaba para aprobar la mayoría de materias y cuando había una muy difícil o que el profesor era muy exigente, se hacía amiga de él y que hasta ahora ninguno se le había resistido. Mala suerte la tuya, me dijo, en cierta ocasión, si fueras mi profesor no tendrías que gastar nada. Así es nuestro maravilloso sistema democrático, cuidémoslo, ya que sin las oportunidades que nos brinda el capitalismo, las putas no podrían estudiar.

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El Palo de Amate era un burdel ubicado en la carretera a Los Planes, regenteado por un marica de cara pintada que te recordaba a los Faraones egipcios, se vestía de mujer y se miraba bien. Hablaba como mujer, sus ademanes eran de mujer y hasta caminaba como puta. Parece que su nombre era Tamoa, más no estoy seguro. Pero la gran atracción era la Natasha, blanca, alta y de peluca rubia. Bailaba mostrando todos sus atractivos y permitía que le colocaran billetes en las bragas, pero sólo en la parte de atrás. Finalizaba el baile con un sexual streptease, que ponía locos a todos los hombres borrachos y más de alguno se prendó de ella. Concluía su espectáculo, mostrando sus nalgas redondeadas, chelitas y apetecibles. Ella, también era marica, aunque no lo pareciera. Por su gracia y su belleza, en nuestros tiempos modernos, seguramente que hubiese sido el primer matrimonio gay en nuestra patria, pese a los berrinches de los democretinos.

Pero lo que no he narrado es que de allí me llevé a una chava a un motel, ¡Estaba tan pero tan buena que no pude resistir la tentación! Rondaba los veinte años, blanca de pelo azabache, sonrisa que llamaba al beso, dientes blancos y perfectamente alineados, piernas preciosas y busto muy bien proporcionado para su cuerpo relativamente flaco. La tentación de poseerla más allá del miserable polvo que te aguantaban en los burdeles, fue tanta que arriesgué una fortuna, para lo poco que yo ganaba, por pasar una noche entera con ella. Pero cruel y traicionera, como toda puta, sólo quiso coger una vez. Que estaba cansada, que le dolía la cabeza, que lo hiciéramos al amanecer… Puta, me hizo sentir en mi casa con mi mujer.

Y para más joder, al día siguiente, cuando llegué a mi casa, me di cuenta que había olvidado mis anteojos y los necesitaba para trabajar. Por esa época trabajaba en una empresa de filmación de comerciales para televisión y no podía prescindir de mis gafas, de modo que partí para el motel, pero me dijeron no haber encontrado nada. Coño, que huevo. Bueno, me dije, tal vez la puta se los llevó, de modo que corrí hacia el Palo de Amate. Llegué a eso de las nueve de la mañana. Nadie respondía a mis llamados y yo estaba desesperado. Para tener otros lentes, tendría que esperar, al menos, una semana, suficiente tiempo para que me echaran a la mierda del trabajo. Afortunadamente, también en esta ocasión, la fortuna me acompañó y salió a abrir, la única puta que no estaba desvelada, porque había dormido conmigo. Mis anteojos, le dije, ¿vos te los trajistes? Ya vengo, respondió y regresó con mis preciadas y apreciadas gafas. Gracias, le dije, aunque hacía un rato la había puteado por puta e hija de puta.

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La Casa Verde fue un intento de la izquierda salvadoreña por crear un burdel diferente, un pisadero de nuevo estilo, donde sin destruir la esencia burdelesca, se generasen espacios para el arte y la cultura. Es por tal razón que muchas chicas universitarias luego de presentar una obra de teatro, un recital de poesía o un concierto de música revolucionaria o al menos de protesta, estaban disponibles para el mejor postor. Ah! Pero aquí también había una innovación, deberías de gustarle a la chica y nunca negociar con ella la tarifa, de eso se encargaba la matrona. Pagabas o pagabas, por anticipado y sin chistar. Pero esto fue después de la guerra, después de los acuerdos de paz, cuando volvieron nuestros compatriotas del exilio y les parecía que lo de las jineteras en Cuba era parte del socialismo. Si en Cuba se hacía, ¿por qué no en El Salvador? Aquello era una forma de ir robándole espacios al capitalismo, de ir construyendo el socialismo desde abajo, con empresas autogestionarias, participativas y solidarias, aunque fuesen de putas, al fin y al cabo el fin justifica los medios, como nos enseñaron nuestros próceres, los dirigentes históricos.

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Había un burdel en la calle a Santa Tecla, que después de un tiempo se convirtió en Pollo Campero, muy próximo a la Feria Internacional y a lo que fuera la Escuela Militar, el alma mater, de los torturadores y asesinos, sirvientes de la burguesía y enemigos del pueblo. Recuerdo cuando en un debate por la tele entre Fabio Castillo, líder de la oposición y Fidel Sanchez Hernández, conocido por Tapón, por su corta estatura, candidato del PCN, éste último hizo referencia a la Universidad de El Salvador, como nuestra Alma Máter, Fabio le ripostó inmediatamente señalándole su estupidez, al aclararle que su Alma Mater, sería la Escuela Militar, pero nunca la Universidad de El Salvador, de la cual no conocía ni siquiera sus pasillos. Pero así eran de imbéciles nuestros gobernantes, como lo siguen siendo ahora, cuando un turco bachiller nos gobierna, gracias a que los turcos, han copado nuestra economía. Antes a su centro social le llamaban El Prado, cuando aún los judíos y la oligarquía criolla, nos controlaban, ahora que son ellos, los turcos o palestinos, a su centro social le llaman con descaro Centro Arabe Salvadoreño.

Pero bien, hablaba de un burdel al cual llegaba los viernes, luego de beber en los chupaderos del centro de San Salvador, cuando ésta era una ciudad vivible y donde además del Faro y la Praviana, existía el Gambrinos y el Bengoa, este último antiguamente una sorbetería, convertida en bebedero luego de que un incendió lo consumió, ahora convertido en un Mac Donald, se ubicaba en la esquina opuesta al Teatro Nacional, y donde frecuentaba un caricaturista alcohólico, cuyo slogan o frase de presentación era: Con bigote o sin bigote y con unos cuantos trazos de su magistral mano de dibujante frustrado, te capturaba en su libreta, de la cual luego de una cerveza por pago, arrancaba la caricatura y te la entregaba solemnemente como si fuese una verdadera obra de arte. Vestía un saco viejo, descolorido y ajado como su vida entregada a la bebida, pero él nos inmortalizaba con sus trazos a lápiz y más de algún profesional, conservaba en su estudio, aquellos recuerdos de juventud enmarcados lujosamente, sin mencionar su origen etílico.

Pero bien, cada viernes cuando me hartaba de beber y conversar en aquellos chupaderos del centro de San Salvador, cuando el Centro Histórico era visitable, algo que tontamente quieren replicar los consejos municipales de San Salvador, como si eso fuese posible, me dirigía a mi casa por la calle a Santa Tecla y pasaba por aquel burdel, de nombre ya olvidado, donde solía echarme una cerveza, pero nada de coger. Tenía fama de marica, pero no me importaba era fiel al precepto de un publicista mexicano que me había dicho, No importa la hora, ni como llegués a tu casa, pero nunca dejés de coger a tu mujer y te aseguro que nunca tendrás problemas.

Yo cumplía al pie de la letra aquel mandamiento, para mi, más importante que el cuento del Decálogo escrito en piedra, entregado no se porque divinidad a un tal barbudo de nombre Moisés, guerrillero seguramente, pensaría el editorialista del Diario de Hoy, pero santificado por los judíos, quienes durante demasiado tiempo ya, dominan el mundo, gracias a su show del holocausto, mientras en el hoy, en el ahora victimizan a los palestinos de peor manera que Hitler, el nazi antisemita.

En este burdel en el que sólo me bebía una cerveza fue el lugar de encuentro con una curiosa mujer, la cual no parecía puta, ni hacía que la invitaras a beber o a fumar, su cultura era profunda, además del español dominaba el inglés y el francés, discutía con propiedad sobre los clásicos de la literatura española, francesa, rusa o inglesa, intrigado, le pregunté, primero, acerca de cómo conocía tanto de literatura y segundo, por qué llegaba a aquel lugar. Bueno, me dijo, en cierta ocasión en que había bebido más de la cuenta, ocurre que me eduqué en Europa, mis estudios de secundaria los hice en Londres y los universitarios en Paris. Pero ya ves como es la puta vida, yo amaba a un poeta salvadoreño, a quien había conocido en Paris, pero mis padres cuando se enteraron de que era revolucionario y miembro del Partido Comunista, se opusieron, a mi no me importó y me casé con él, ellos me desheredaron. Pero hasta allí no había problema, yo lo amaba, pero él, era un gran puto y se cogía a cualquier mujer que conocía. Entonces, yo herida y defraudada, comencé a cogerme a sus amigos. El me trato de puta y me dejó. Fue entonces que decidí hacerme de verdad puta. Llevo diez años en esto y no me importa, el amor o la vida. Mis padres cuando se enteraron de mi ruptura, me volvieron a apoyar, ahora dispongo de una mensualidad de cinco mil dólares, tengo una buena casa, pero por las noches me vengo a joder a este matadero, me echo nada más a los hombres que me gustan y creo que esta noche, te voy a poseer a vos. Y sabes, por qué. Porque te pareces a aquel cabrón poeta de quien no he vuelto a saber ni mierda.

Y efectivamente, me poseyó, rompí mi regla. Pero bien valía la pena. Pero saben, no me volví a aparecer por aquel burdel, ella, era demasiado bella para arriesgarse y aunque había rebasado los 30 años, tenía una estampa muy propicia para enamorarse de ella, labios finos y dientes blancos bien cuidados, busto delicado y piernas bien formadas, en sus ojos se adivinaba la tristeza pero en su verdor, abrigaba la esperanza de un gran amor. Pero yo no quise arriesgarme, la única vez y la última, en que disfrutamos del sexo, descubrí que sus suaves manos, poseían el encanto de hacerme sentir feliz. Luego de cogerme, me acarició la espalda, bajando hasta mis piernas y pasando por mis nalgas, en las cuales hizo una curiosa filigrana con sus uñas, que me produjeron terrible escalofrío.

Amarla hubiese sido tan fácil, como arriesgado, por ello no me volví a aparecer por aquel burdel.

Que conocí otros moteles, es una verdad indiscutible, sólo piénsese que el bebedor guanaco cuando ya se siente borracho, toma un taxi, si no tiene carro, y se va para un burdel. Llega medio a verga, lo más probable es que ni coja, pero lo que si es seguro es que le cobrarán. Otra cualidad guanaca es que cuando el guanaco está ebrio se siente millonario, aunque al día siguiente maldiga su alcoholismo, al no poder dar ni siquiera para la leche de su hijo. Y yo soy guanaco y no soy una excepción a la regla, he sido y soy guanaco, aunque con algún nivel cultural y profesional que me ha permitido vivir con relativa tranquilidad, aunque debo de aclarar, que esto ha sido posible gracias a que las mujeres con las que he tenido hijos, también han sido profesionales y han cargado con buena parte de los gastos. Lo aclaro para que no se piense que estoy sacando pecho o que quiero presentarme como un modelo. Ciertamente, he sido de izquierda, pero un izquierdista más de palabra que de acción, pero incluso, serlo así, hubiese sido imposible, si no hubiese existido a la par mía una mujer cachimbona como la que he tenido en los últimos años. De ella, casi no he hablado aún, pero en algún momento tendré que hacerlo, ya que es la única a quien he amado, lo que me jode es que sobre ella he escrito tantas veces, que no se si citarme o plagiarme, porque recrear otra historia lo veo bastante difícil, aunque ya veremos.

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