lunes, 14 de septiembre de 2009

Capítulo 4: Algunas cabronadas que me hicieron


¿La amé o tan sólo creí que aquella emoción era amor? A los 14 años, ¿sabrá uno lo que es el amor? No se. Pienso que tan sólo eran figuraciones, trampas del cerebro, engaños del corazón. Sin embargo, ahora que estoy viejo, disfruto escuchando aquella canción de Ray Conif, Bésame Mucho, que bailamos por primera vez. El ritmo y la melodía me hace resentir la dureza de su cuerpo, sus piernas rollizas, su busto frondoso que nuca acaricié. ¿Me querría? Ciertamente, ni siquiera debía de preguntármelo, ya que bastó el que me ausentara un tiempo, para que saliera con otro, con el que se terminó desposando. ¡Claro! Tenía excusa. Yo había muerto. Nunca recibió mis cartas, la encargada del correo se ocupó de quemarlas. Mis amigos de guardar un minuto de silencio. Ella guardó medio luto durante seis meses. El complot funcionó. La URSS donde yo estudiaba era tierra lejana y prohibida. Nadie salía vivo de detrás de la Cortina de Hierro, al menos eso era lo que pensaban en mi pueblo.

Pero como las cosas no siempre son como se las imagina la gente, ni terminan donde debían de terminar, un buen día a mi regreso de Moscú me la encontré, antes de que se casara y le dije: ¿De manera que te vas a casar con ese pendejo? No se si me conviene, respondió. Preso de la furia y la indignación que generaba su traición: le respondí: Claro, que te conviene, tiene dinero y yo lo único que tengo son sueños, esperanzas. Cásate con él. Y es que era cierto, yo sólo tenía sueños, esperanzas, aunque un día se hicieron realidad y ella no estaba con migo para disfrutarlos. Fue la última vez que la vi, antes de casarse. Así terminaba una relación que para mi, era de las más importantes de mi vida, ella había sido el amor de mi vida. Ella era la chica que desde la banca del viejo parque, pasé muchas noches observando la puerta del almacén de sus abuelos, con la esperanza de que esa noche saliera y como nunca lo hacía me conformaba con nuestro mirar entrecruzado. Este si fue un amor de ojos. Pendejo, como pocos, pero para mi en aquella época un gran amor, aunque mi tía abuela rica, dijera que ella era pata chuca como todos los turcos.

Después, pero muchos años después, me la encontré en el cementerio, cuando andábamos visitando a nuestros muertos, cualquiera diría que era una actitud tonta y sin sentido, pero siempre lo hemos hecho y lo seguiremos haciendo. No hablamos, sólo la vi pasar con el imbécil de su esposo, mitad pueblerino y mitad ganadero. Ella depositó su mirada en el suelo y caminó como poseída, tal parece que aún me amaba, pero a mi, para ese entonces, me valía verga.

Luego, con los años que no dan tregua a nuestra vida, tuve a un estudiante que era novio de una de sus hijas y me preguntó por ella. Licenciado, usted conoce a Blanca Rosa, me dijo. No, le respondí, no se quien es, ¿por qué? No, por nada, respondió. Pero a la clase siguiente, me preguntó: Y a Ada, la conoce. Si es una Ada de Ilobasco, si, creo que fue mi novia. Es que ocurre que su nombre real es Blanca Rosa, me dijo, pero su padre se lo cambió por Ada que era el nombre de la mujer con la que se casó ya teniéndola a ella, como para decirle que la amaba tanto que hasta llamó Ada a esta hija fuera del matrimonio.

De tal manera, pensé, que si yo hubiera escrito su historia, la habría hecho sobre una persona que no tuvo existencia jurídica. Si me hubiese casado con ella, cual era mi intención, el matrimonio no hubiese sido válido, a menos que hubiera seguido un juicio de identidad. Interesante, pensé, creí amar a una mujer que no existió, porque creí amar a Ada, pero no a Blanca Rosa. ¿Quién es Blanca Rosa? Imagínese usted si Julieta, no fuera Julieta, o si María resultara ser de pronto Juana, o si Beatriz, fuese Xochitl. Si acaso amé a Ada, amé a alguien que no existió.

En otra ocasión el estudiante me habló de ella, me contó que ella le había dicho que yo era muy inteligente y que siempre salí bien en mis estudios. Que cuando saqué bachillerato hasta me premiaron y ella me regaló una camisa que cogió del almacén de su tía. Que ella me admiraba mucho, aun ahora, y que le encantaría volver a verme. Pero yo no tuve ánimos, como para buscarla y cobrarme las noches de sexo que me debía. ¿Qué sentido tiene cogerse a una vieja, que no logramos coger de joven? Aquello era un asunto concluido. Yo ya tenía una segunda esposa. Una mujer joven a la que amaba y no iba a arriesgarla por un culo viejo y flojo. ¿Pragmatismo? En el sexo se vale, en política es cuestionable.

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Allá en el pueblo donde nací, en una antigua casa señorial con muchos cuartos y tres patios, aunque mi padre sólo poseía uno, para vivir con su mujer y para entonces, dos hijos, vivíamos algo estrechos, apretados, hacinados, se dice. Pero no se crea que yo me iba a conformar con tan miserable habitación, pronto comencé a invadir toda la casa de mi abuela y terminé disfrutándola toda, aún cuando mi padre se marchó a su casa por fin recuperada, la que le dejó mi abuelo, su padre, y que por fin conseguía habitar luego de un largo litigio con el inquilino que no la quería soltar.

Allá, había una chica de cabellos rubios, de boca risueña y de mirar suave, cuerpo delgado pero bien proporcionado. Tendríamos quizá doce años cuando descubrimos que nos amábamos, pero no éramos novios, sino tan sólo amigos, pero nos gustaba estar juntos, platicando, bromeando, fregando. Ciertamente, el decir que nos amábamos es tan sólo un decir, a los doce años qué putas sabe uno acerca del amor, aunque se sienta enamorado. Asistía a las fiestas en su casa donde se bailaba la raspa y el charleston, pero lo hacían los mayores, nosotros sólo mirábamos. Nunca nos habíamos besado, porque no éramos novios, sencillamente entre nosotros había una gran empatía.

Pasaron los años, crecimos un poco más y nos hicimos novios, aunque todo el mundo sabía que yo era el eterno enamorado de la Ada, pero como a ella la mantenían prisionera en el almacén sus abuelos y a mi la sangre me hervía, es lógico que buscara por otro lado mis amores. Y la Lupe estaba bonita, digamos que más que bonita, luego que desarrolló, se convirtió en una mujer preciosa. Sus padres no eran tan cuadrados, como la mayoría en el pueblo y hasta nos permitían ir solos al cine, donde nos besábamos mucho. Pero en los pueblos, como en todas partes, aunque mucho más en los pueblos, hay gente miserable que sufre con la felicidad de otros y por eso, seguramente, decidieron acabar con la nuestra. De modo que primero fueron a contarle a su padre de nuestros besuqueos en el cine, pero como él era un hombre maduro y sano mentalmente, que recordaba, perfectamente, su juventud, sencillamente, se puso a reír y les dijo a los informantes, Déjenlos, están conociendo el amor.

Pero para las mentes mezquinas de mi pueblo aquello era un escándalo, ¿cómo permitir que aquel hijo del borracho de mi padre pudiera ser feliz? De tal manera que se inventaron una historia terrible, de la cual yo nunca me enteré, pero eso si, la Lupe ya no volvió a salir con migo, nunca más me permitieron llegar a su casa y cuantas veces intenté hablar con ella, se escapaba sin decirme nada.

Viví largas horas de tristeza, la Lupe a decir verdad me gustaba más que la Ada ya que ésta era tan sólo una ilusión, un amor de ojos, en cambio a la Lupe la había besado, la había sentido, además nos comprendíamos muy bien. Ella pudo haber sido mi más querido amor de adolescencia, pero no pudo ser.

Pero como el tiempo todo lo aclara, años más delante me la encontré en la Facultad de Derecho, donde yo estudiaba tercer año y ella iniciaba el primero. Estaba próximo a partir para Moscú y tenía otras novias y la Lupe me había visto con ellas. Un día que estaba en el cafetín, echándome un cigarro con mi respectivo café, se llegó a sentar con migo y me dijo de sopetón, De manera que no sos afeminado. Y por qué me decís eso, le respondí. Y qué nunca te haz enterado que eso fue lo que le fueron a decir a mi padre, para que ya no nos dejara ser novios, respondió con rabia y tristeza.

De no haber partido para Moscú, hubiera tratado de recuperarla, pero a lo mejor ya era demasiado tarde, nos habían destrozado nuestras ilusiones de juventud y reconstruir lo destruido no siempre es posible. Perdí a la Lupe por marica, por cobarde, pues, pero no por homosexual, si hubiese persistido hubiera puesto al descubierto la falacia, pero no, permití que la mentira persistiese cuando me di por vencido y ya no la busqué. Así es la vida, no siempre hacemos todo lo que debiéramos hacer.
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Una mini cabronada fue la que me hizo mi ex esposa, cuando vendió la finca en la cual yo pensaba pasar mis últimos años, escribiendo y viviendo de mis cultivos. Compré una propiedad en los años próximos a la guerra y como yo andaba metido en aquel lío polìtico-militar, me pareció que lo más conveniente era poner la propiedad a nombre de mi esposa. Ni soñaba por ese entonces en tener otro amor, otros hijos. Soñaba, si, con mi retiro. Esa ha sido también una de mis obsesiones fijas y constantes. Pero ni aún ahora, luego de jubilado logro retirarme, sigo trabajando casi igual que hace 10 años.

A la propiedad en cuestión le hice una casa, una represa para llevar agua a una piscina que también le había construido, un pozo para tener agua bebible, curvas a nivel donde sembré frutales, los cuales eran regados con el agua de la piscina, muchísimos árboles no frutales para tener sombra y frescura, una calle para llegar hasta la casa y todo aquello en lo que invertí tiempo y dinero, la muy cabrona de mi ex mujer lo vendió para vengarse.

Un día fui a reclamarle y le dije, vos traicionaste mi confianza en ti, vos sabías que la propiedad era mía, porque yo la había pagado, yo había invertido en ella y todo eso nada te importó, la vendiste y te cogiste el pisto. Mi hija que todo lo había oído, me dijo, pero papá ¿no crees que vos la traicionaste primero a ella, al irte con otra mujer?

Bueno, aquí se juntan las cabronadas que hice y las que me hicieron. ¿Qué puedo decir?

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Ella era una chica no tan bonita, pero a decir verdad superaba mis estándares en lo que a mujeres se refería. Nos conocimos en el parque Cuscatlán, adonde yo llevaba a pasear a mi primer hijo en su humilde y modesto cochecito, no tenía para más y qué le iba a hacer. Vivía a dos cuadras al sur del parque Cuscatlán, esto es, dos cuadras debajo de lo que en esa época era la línea divisoria entre la tranquilidad y el riesgo de un asalto, aunque no era para tanto. Ahora el límite se ha subido hasta la cuarenta y nueve y quién sabe si exista algún lugar seguro y tranquilo, las colonias cercadas, amuralladas, más parecen ghetos que zonas residenciales. Vivía en un modesto apartamento en un pasaje, luego nos conseguimos uno mejor en el mismo edificio, hasta que partimos a una colonia residencial. Pero esto fue mucho tiempo después, por ahora caminaba hasta la publicidad donde trabajaba, más de un kilómetro marchaba, pero me gustaba, ya que al atardecer cuando volvía del trabajo por la Calle Arce, por donde pasaba, los pájaros se adueñaban de los árboles y con su griterío, me animaban la vida.

Ella, la chica que había conocido en el parque, solía leer en una de las tantas bancas de aquel hermoso y tranquilo parque, yo caminaba con el niño en su cochecito. Esto fue, obviamente, muchísimo antes de la guerra, ahora si entras seguramente no salgas vivo, o dejas el cochecito, los zapatos, la cartera, el reloj, si no es que al niño también. Ahora vivimos en la ciudad del miedo.

Era obvio que yo tenía una mujer; sin embargo a esta chica de lecturas, eso no le importó y me hizo el invite. Yo que nunca despreciaba a una mujer, porque hacerlo es pecado, acepté sus requiebros y me senté a platicar con ella. Está demás decirlo pero era una chica interesante, huérfana, estudiante de primer año en la Universidad de El salvador. Sin novio, me dijo, pero quién sabe si no mentía. Tenía algunos rasgos misteriosos, nunca supe cómo y de qué vivía.

Platicamos, discutimos y después cogimos, aunque hacerlo nos resultó muy dificultoso porque yo no poseía un vehículo para llevarla a un motel, de modo que lo hacíamos al anochecer en el parque.

Sus opiniones políticas me parecían descabelladas, ella era partidaria del partido en el poder, a mí en cambio aquello me parecía una dictadura y obviamente, estaba a favor de un cambio. No entendía cómo una universitaria, pudiera apoyar a esa basca de partido o al miserable gobierno que teníamos.

Vinieron los años de la represión, aquellos ya próximos a la guerra. Ya no era seguro, ni siquiera, ir al parque Cuscatlán; sin embargo, la seguí viendo. A veces conseguía para un taxi y nos íbamos a un motel, en otras ocasiones llegábamos caminando, lo cual no dejaba de ser medio ahuevado, pero la necesidad se impone. Pero cada vez, estábamos más distantes, yo a favor de la incipiente guerrilla y ella a favor del PCN.

No se si eso fue lo que la llevó a serme infiel, o ya desde antes lo era. Lo cierto es que me contaron que estaba cogiendo con un militar, un tenientillo de mierda, pero la verdad es que me era infiel.

Intenté un día hacer que me confesara la verdad y para sorpresa mía, en medio de nuestra acalorada discusión, apareció el chafarote con seis milicos, me quedé mudo, sin nada que poder hacer. Los milicos dominaban nuestras vidas y ella, era la amante, de una de esas bestias. Me golpearon hasta dejarme casi muerto y sin ánimos de volver a verla.

Tiempo después supe de ella, fue cuando apareció su fotografía en los principales periódicos del país. Había sido liberada de las ergástulas del régimen, gracias a un canje de prisioneros, entre el gobierno y la guerrilla. Para esta época era una importante comandante guerrillera. Su discurso derechoso había sido pura pantalla y sus relaciones con el militar una tarea que le había asignado el Partido, para obtener información. Pero bien, de no haber sido por la pijiada que me dio el milico y sus choleros, a lo mejor me hubiese reclutado para la guerrilla y no estaría contando esta historia.

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