lunes, 14 de septiembre de 2009

Capítulo 16: Las que podrían considerarse mis infidelidades


Infiel, pienso que es quien amando a una mujer, tiene relaciones sexuales con otra u otras mujeres. No caben, creo, los simples deseos o las intenciones frustradas. Considerar infidelidad a tales casos, sería una postura más que moral, religiosa. Y como yo no soy religioso, ni nuestra vida cotidiana se desarrolla dentro de los muros de un convento, ni soy profesional de ninguna religión, tampoco tendría sentido, auto criticarme por hipócrita o practicante de una doble moral, como suelen serlo los profesionales de las religiones, cualquiera que ésta sea. Es algo que no va con migo. De modo que si fui infiel, fue porque me eché a otra u otras mujeres, amando a la mía.

En los meses previos a la separación con mi mujer, nuestras relaciones se habían vuelto caóticas, agresivas y violentas. Al punto, que terminé cerrando con ladrillo y mezcla, las tres divisiones que mantenían unidas a las dos casas donde vivíamos con nuestros tres hijos. Y aunque estábamos próximos, cercanos, vivía solo. En tales circunstancias es lógico pensar que no teníamos sexo. No se cómo llegamos a aquella terrible y lamentable situación, pero era un hecho, un factum y la fuerza de los hechos, no se puede rebatir con palabras, con teorías o con credos. Estábamos hechos mierda.

De los instintos, como decía el francés, al inicio de estos escritos, es el sexual el más fuerte. Sigo creyendo que el más fuerte es el de la vida; no obstante, necesario es reconocer que para poder vivir, se necesita del sexo. Lo cual, no es válido sólo para los hombres, sino también para las mujeres. Pero bien, estos son mis memoriales y no los de ella y es por eso, sólo por eso, que no escribiré acerca de sus posibles infidelidades. ¿Pero es que pensás que te fue infiel? En aquellos tiempos, cuando yo padecía de terribles celos, claro, que creía que me había sido infiel y podría escribir muchas páginas narrando toda esa tragedia. Pero un día le tuve confianza y no volví a padecer de celos. Pero eso ocurrió muy después, cuando nos reconciliamos.

En busca de satisfacer mis necesidades sexuales, siendo honestos, salía en mi vehículo a ver qué cazaba o pescaba. Lo curioso es que lo hacía los sábados, muy temprano por la mañana, como también algunos domingos, cuando no había partido de fútbol en la tele. Lo lógico hubiera sido hacerlo por la noche, pero creía que de noche sólo putas podría encontrar y no buscaba putas. Si bien necesitaba sexo, también me urgía una relación sentimental que parchara la mía, la que estaba muy destruida.

Deambulaba por las colonias de Santa Tecla, observando las paradas de buses y cuando veía alguna chica apetecible, daba la vuelta y volvía a pasar. Esto de tener carro, como ya lo he dicho, es una gran ventaja. Sin él, el recorrido que hubiera podido realizar hubiese sido mínimo y las posibilidades de encontrar algo, muy pocas.

Una mañana de un sábado, cuando pasé como a las siete de la mañana, por una parada de buses en la colonia Las Colinas, observé a una chica bonita esperando el bus, estaba ella sola, la hora era temprana. Di la vuelta, inmediatamente, y me ofrecí para llevarla. Ella, aceptó. Y para dónde va, me pregunto, luego de subirse a mi vehículo. No tengo rumbo definido, respondí, sencillamente ando paseando. Y usted para donde se dirige, pregunté. Voy a Ciudad Arce, respondió, y me ha agarrado la tarde. Tengo una actividad en la Casa de la Cultura donde trabajo. Pues para allá vamos, fue mi respuesta.

De Santa Tecla a Ciudad Arce, la distancia no es mucha, pero es más que suficiente para que dos personas puedan conocerse, si desean contar qué es de sus vidas y ese fue nuestro caso. Dijo estar sola, que su novio la había traicionado. Pero que mejor así, porque tenía la oportunidad de conocer a otras personas. Yo por mi parte, le dije, que estaba separado de mi mujer. Información necesaria y suficiente, para iniciar un romance. Y lo iniciamos, luego de acompañarla durante todo el día en el Festival del Maíz que celebraban en las ruinas de San Andrés.

Nos vimos el sábado siguiente, pero esta vez lo hicimos por la tarde, cuando ya había terminado sus labores. Nos fuimos a almorzar, a uno de los tantos lugares que hay en la zona de Colón, nos echamos dos que tres cervezas y luego nos conducimos a un motel. Bueno, conduje yo el vehículo, pero ella no protestó, seguramente, ya tenía muchos días de no coger. La pasamos muy bien. Y así continuamos con nuestra relación sabatina durante algún tiempo. Hasta que sentimos que nos amábamos y que debíamos vivir juntos. Decidí comprar una casa en Ciudad Arce, que según me figuraba sería nuestro nidito de amor. Encontré una casa con una preciosa vista, era más de una manzana de terreno, podía realizar mi sueño de siempre, tener una casa con enorme patio donde sembrar árboles frutales y cultivar hortalizas. El propietario la tenía hipotecada con la Caja de Crédito y la estaba perdiendo, de modo que era posible adquirirla a un buen precio.

Pero un día antes del señalado para firmar los papeles, ocurrió el desastre de Las Colinas y mi nuevo amor quedó soterrado bajo una montaña que cayó de las alturas. Por la tele vi los esfuerzos por rescatar a las víctimas, pero yo sabía que ella había muerto, lo sentía en mis entrañas, además de que la casa de sus padres estaba ubicada en la parte central del aluvión. La única posibilidad de que se encontrara viva era que no hubiese estado en su casa. Así que esperé y esperé a que sonara el teléfono. Ella era la única que me llamaba, pero nunca lo hizo más. Estaba muerta. De modo que decidí llevar mi dolor y mi luto en silencio, me prometí no hablar durante una semana. Dejé de asistir a la Universidad y me encerré en mi cuarto. No comía, sólo tomaba agua y fumaba como un desgraciado. Pero es que, yo, lo era. Un desgraciado de los pies a la cabeza.

A los pocos días, mi mujer partió sin decirme una palabra y me quedé sólo, terriblemente solo. Afortunadamente por esos días me había alejado del alcohol y tenía mi cerebro lúcido como para no pensar en el suicidio y mi corazón abierto al sufrir, sin ningún sedante para el alma, sufrió a más no poder, con ganas. En más de alguna noche lloré, no se si por la muerta o por la que me había abandonado, estaba demasiado hecho mierda para ponerme a escudriñar mis sentimientos. Pasaron los días, las semanas y volví a vivir. Renací gracias a los brazos de otra mujer que se cruzó en mi camino. Mi vida, necesario es confesarlo, ha estado signada por la mujeres. No creo que sea nada excepcional, pero yo lo reconozco y lo valoro, sin ellas ya no estaría vivo.

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Pero antes de esta corta historia de amor, le había sido infiel a mi mujer en otra ocasión. Por esos días aún bebía y por la calle que me conducía a la colonia donde vivía, habían puesto un nuevo chupadero, de modo que un viernes cuando regresaba del trabajo al anochecer, decidí pasar a conocerlo. La Curvita se llamaba y la dueña que lo atendía era una santaneca, licenciada en derecho, que se había separado de su esposo. Por su risa franca y sus chagales debajo de las orejas, me recordaba a una novia de secundaria que también era santaneca. Me hice su cliente, no faltaba ningún viernes a echarme las cervezas, a veces también los sábados por la tarde, cuando venía del cafetalón que era mi bebedero predilecto. Aunque en esas ocasiones ya venía cargado y lo suficiente hablador como para ponerme a conversar con la hermosa propietaria, quien me celebraba cualquier tontera, no se si porque me quería mantener como cliente o porque la separación ya le estaba pensando y me veía como un buen prospecto.

Pronto nos hicimos amigos y cuando la cerveza se le agotaba, su inventario era muy corto dada su poca liquides, la llevaba en mi carro a comprar a un depósito cercano. En otra ocasión llegué y la encontré destrozada. Y qué le pasa, pregunté. Las desgracias me persiguen, me manifestó, no me alcanza para pagar la casa, he metido lo poco que tengo en el negocio y pensaba sacarlo en este fin de semana, pero dicen que por las elecciones no podré vender bebida y usted sabe que el negocio está en la bebida y para colmo de males, se me ha tapado el inodoro. Puta, no se por qué soy tan salada. Por el inodoro, no se preocupe, que ahorita mismo se lo destapo, le contesté. Présteme una toalla y una bolsa para basura y ya estará destapado. Así lo hice, con mi técnica secreta y aún no patentada. En cuanto a no vender, creo que son mierdas, dígale a sus clientes que estará cerrado, pero que habrá servicio, y ya. No creo que los policías logren detectarla. Sencillamente, pone la música suave y ni siquiera los vecinos se van a enterar.

La mujer se fue encariñando con migo y al poco tiempo, me estaba poseyendo. Los caminos a la cama pueden ser tan diferentes que muchas veces no nos enteramos hacia donde marchamos. Siempre que estaba con ella, recordaba a la Imelda, a mi novia de secundaria. Y me sentía, feliz de cogerme a aquella mona, que se marchó demasiado pronto de mi pueblo. Pero también esta santaneca se marcho pronto. Vinieron unas amigas que residían en los Estados y le ofrecieron llevársela. Allá, en un año, ganarás lo que aquí en diez, le dijeron. Además de esa forma se libraba del cabrón de su marido que la había amenazado con matarla si no le daba a los hijos. De modo que se fue. Yo tan sólo era un accidente en su camino, aunque la despedí con una buena cogida.

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