lunes, 14 de septiembre de 2009

Capítulo 3: Algunas cabronadas que recuerdo


En esa juventud desenfrenada y en una de esas noches de bailes, llegué acompañando a una jovencita al Festival de la Caña de Azúcar en Cojutepeque y bailábamos muy felices y acaramelados, hasta que tuve que ir al bar por una cerveza, y me encontré con la novia de mi pueblo, aparecida como por arte de magia. Yo no sabía que ella era candidata a reina del festival y por eso se encontraba allí, lo cual era excepcional, ya que no le permitían asistir a los bailes del pueblo. Pero que maravilloso, que fortuna la mía encontrar allí, a mi primer amor, mi amor eterno, mi romance rosa, ingenuo, más de ojos que de besos, ya no digamos de sexo y nos dedicamos a bailar como si sólo notros existiéramos y es que era apenas la segunda vez que estrechaba en mis brazos aquel su cuerpo rollicito pero de un rostro primorosamente bello, al menos su sonrisa, me parecía angelical. Aquella chica me gustaba y durante muchos años creí amarla.

Recuerdo que la conocí cuando andaba enyesado por una fractura de mi brazo derecho, no se si fue en la primera o en la segunda vez, ya que en el mismo año me fracturé en dos ocasiones, una jugando fútbol y la otra básquet. Tenía por entonces 14 años y para la noche del baile ya estaba en primer año en la universidad. Fue un romance largo, pero con tan poco que contar. A no ser los besos furtivos que le daba los viernes en la biblioteca del pueblo donde ella trabajaba. Pero cuando la veía, nadie más existía para mí y bailamos todo lo que duró aquel baile. De manera que al finalizar el festival, cuando nos separamos, y sólo hasta entonces, observé a la jovencita con la que había llegado, muerta en llanto, y ella, por ese entonces, era presuntamente mi novia, cenaba y dormía en su casa, y sólo porque no deseaba casarme, nunca penetré a su dormitorio.

Años después, me confesó, que siempre dejó el cuarto sin llave esperando que alguna noche me atreviera a dormir con ella. No se ni cómo me perdonó. Bueno, le hice el truco del llanto con el humo de un cigarro y como sólo lloraba con un ojo me restregué el otro, fingiendo que también lagrimeaba como el afectado por el humo. No se si se lo creyó o a lo mejor nunca me perdonó, lo cierto es que volvimos a ser novios, hasta antes de mi partida para Europa, pero cuando volví, ella que me había hecho llegar hasta Moscú un disco titulado: Jamás te olvidaré, oyendo el cual me puse tremenda borrachera, me resultó con que tenía novio y no le parecía noble de su parte dejarlo, sólo porque yo había vuelto. Deme un año, me dijo, y entonces hablamos. Se lo di y al año volví. Necesito más tiempo, fue su respuesta. Se te acabó el tiempo, me dije.

Curiosa que es la vida. Diez años después se apareció en mi vida. Se había divorciado, tenía dos hijos y quería que yo también me divorciara. Nunca se lo expresé, pero yo me dije: Si coger querés, pues, cojamos. Pero hasta allí. En ocasiones, hasta la hacía que pagara el motel. Recientemente murió y no asistí, ni al velorio, ni a su funeral. Aquel era un caso concluido, además de que hay dos lugares a los que odio asistir: los hospitales y los cementerios, a no ser de visita, a estos últimos, en los días de los muertos, cuando no hay lágrimas sino flores y coronas, me agrada el olor a ciprés. Y se que el día que me entierren me sentiré muy a gusto en mi última morada, si me siembran un árbol de ciprés a un lado de la tumba.

Con esta chica tuve que sufrir las pruebas de su primo, quien después descubrí que era su hermano, pero que lo habían dado en adopción a una familia muy rica de San Salvador. Y siendo el único varón de la familia se sentía responsable de su hermana menor y me invitaba tanto a jugar billar, como ajedrez y siempre salía derrotado el pobre. Nos llevaba a ver los circos de la feria de San Salvador o a cruzarnos en su carro por los chupaderos de la capital, los cuales yo ya conocía pero nunca hice ningún comentario. Me preguntaba sobre mi carrera y sobre mis planes a futuro. Nos llevaba a la casa de una tía a quien mantenía y con quien siempre sospeché que tenía una relación incestuosa. Nos dejaba a solas y el salía con la vieja solterona. Allí fue donde descubrí que ella usaba papel higiénico en sus sostenes para agrandarse el busto. Pero ni aún así la quise coger. No estaba dispuesto a que me casaran.

Su hermana, la mayor, casada con un escritor y ella misma poetisa, regresaba de Europa y quiso conocerme o más bien interrogarme acerca de mis ideas de izquierda. Con mucha autoridad me manifestó que en Europa el marxismo había caducado y me regaló un libro sobre Kierkegaard, conocido existencialista a quien nunca comprendí.

Años después, por esas cosas de la vida, cuando me dediqué a la publicidad, luego de venir de Moscú y no encontrar empleo por ninguna parte, trabajé con su esposo, quien me consideraba un brillante publicista, aunque quedó muy decepcionado de mi, cuando no aproveché las muchas oportunidades que me brindó, para convertirme en un lameculos de los militares en el gobierno, como lo era él.

Ocurrió que cuando regresé de Moscú, a causa de la muerte de mi padre, luego de dos años, tres meses y siete días y necesitado de un empleo para cubrir las necesidades de mi madre y mis cuatro hermanos, así como las mías, todas las puertas que toqué, de amigos o familiares de mi padre, estaban cerradas. Probé después con mis amistades y por fin, luego de un interrogatorio bestial, logré la oportunidad de trabajar en publicidad. Tenés tres meses para demostrar tu capacidad, me dijo, mi futuro jefe. Luego de cumplido este plazo perentorio, me dio seis meses para aprender el negocio.

Años después convencí a una vieja, conocida mía en el ambiente publicitario, para que pusiéramos una agencia de publicidad. Lo hicimos, éramos socios, aunque ella se asignó el 70% y a mi sólo me dio el 30% de las acciones. No dejó de emputarme, porque el cerebro del negocio era yo. Pero ni modo, así eran las cosas. Pues en esas andaba, laborando en publicidad con sueños de grandeza, cuando trabajé para una medio hermana del cuñado de la chica de quien aquí me ocupo, su esposo, el de la media hermana, un gringo de origen italiano, quien había sido gerente de algunas transnacionales en América Latina y ahora se había embarcado en una empresa propia con su antigua secretaria en El Salvador, me tomó mucho cariño y, a quien le oía le manifestaba, lo buen publicista que yo era. Fue así como su cuñado y ex concuño mío, me conoció. Pronto me ofreció que le hiciéramos alguna publicidad al gobierno y así lo hicimos, hasta que mandé a la mierda la publicidad, luego de graduarme en la UCA y dedicarme a las labores docentes, investigativas y de proyección social. Este era mi mundo y por eso mismo ya llevo más de veinticinco años dedicados a él.

*****

Siempre he sostenido, que a mis novias antes de conocer Moscú, no las llevaba a la cama, pero buceando en las profundidades de mi memoria, se me ha aparecido una morena que era secretaria del Plan Básico, allá en mi pueblo. Mujer guapa, de pelo negro y hermosas tetas, pero lo sobresaliente en ella era su caminar sensual.

Se lo juro, al verla caminando desde atrás, uno sólo pensaba en que te poseyera. Yo estudiaba por ese entonces noveno grado, tendría apenas quince años y la morena me encantaba. Era mayor que yo, obviamente. Pero ella vivía sola en aquel pueblo que no era el suyo. Alejada de su casa y de sus amistades, padecía terrible soledad. Como el sueldo era miserable, le habían dado un cuarto en el local del Plan Básico, donde también tenía el suyo el director o a lo mejor era por eso, que él se lo consiguió con la directiva de padres de familia, vaya usted a saber.

Yo comencé a visitar la secretaría con una frecuencia inusual, pero nadie, a excepción de la morena, sospechaba nada. Ella, si comprendía que llegaba a verla, que me gustaba y a lo mejor que yo también a ella. Siempre tenía una apariencia de haber dormido mal, aunque no bostezara, pero la forma en que miraba y se entre cruzaba el cabello negro con los dedos de la mano izquierda, se me figuraba que acababa de despertar.

Andaba en esa edad en que se nos ha despertado el apetito sexual, pero no era el único, también a Chungo, a Caballo Seco, a King Kong y a Fillona, les pasaba lo mismo. Pero Chungo era más chero con migo y quizá por eso nos pasó lo que nos pasó. Pero volviendo a la mujer que deseaba, porque a la que amaba era a la Alba, que después resultó no llamarse Alba. Un día cogí todo el valor del que podía echar mano y le dije a la morena que si nos veíamos a la noche. Venga a las siete, me dijo. Coño, salí más feliz que mi hermano cuando se ganó la lotería y corrí a buscar a Chungo para contarle. Tenía que compartir con él aquel milagro de amor. Inocentes que somos cuando jóvenes. No sabía qué iba a pasar, si aquello era en realidad una cita o sencillamente, que ella necesitaba alguien con quien platicar para matar el largo hastío de las primeras horas de la noche en aquel pueblo donde vivía sola.

Pero a las siete en punto, yo estaba tocando el portón del Plan Básico y ella me abrió con la displicencia que le era característica y, luego de saludarnos, me pidió que nos sentáramos en la grada. Comenzamos a hablar de cualquier mierda, del clima, del pueblo, del cine que era la única distracción del pueblo, de los muchos borrachos que existían, pero no llegábamos al punto. Hasta que le pregunté: Y usted tiene novio. No, me respondió, tuve uno pero ya quebramos hace tiempo. Nuevamente me hizo sentir feliz, si me respondió que no tenía, aunque lo tuviera en su pueblo, era porque quería andar con migo. Esa fue mi conclusión, la cual obviamente, podría estar mil veces equivocada. Pero a mi me dio confianza para decirle lo mucho que la amaba. Y la morena, sin más bla bla, me atrajo hacia ella y me besó. La calle estaba desierta, en los pueblos, en aquellos tiempos la paz y la tranquilidad llegaba luego de la oración a las seis de la tarde. De modo que nos pegamos terrible amontonada hasta las ocho de la noche. Cuando me pidió que volviera a las diez de la noche y le tocara la ventana.

Muchas noches pasé tocándole la ventana a las diez de la noche y penetrando por ella hasta su cama, donde hacíamos el amor, por lo menos, hasta las doce. Era como yo me la había imaginado, una mujer echa para hacer el amor. Toda la displicencia del día, se transformaba en una increíble actividad sexual por la noche. Pero un día la perdí por cabrón y por pendejo.

Chungo, mi gran amigo, andaba queriéndose suicidar porque la bicha a quien amaba no le hacía caso y lloraba a mares cuando le contaba de lo lindo que cogía la morena. Yo quería ayudarle a mi amigo, de modo que siguiendo la magia del Libro de San Cipriano o el Tesoro del Hechicero, lo puse a contemplar la luz de una vela reflejada en un vaso con agua, mientras pensaba profunda e intensamente en su amada y pronunciaba de manera casi susurrada: Te amo, Clelia, Te amo, Clelia. Como esto no funcionaba, lo llevé a las doce de la noche a una cruz de calle en las afueras del pueblo, donde lo hinqué en cruz y lo hice jurar que si la Clelia lo aceptaba, la amaría por toda la vida.

Desafortunadamente para Chungo, no funcionaban los hechizos y comencé a temer por su vida, de modo que le ofrecí una salida momentánea. Andá vos esta noche a las diez donde la morena y como no enciende la luz, te la coges, fingiendo que soy yo. Pero eso si, no vayas hablar hijo de puta, porque entonces te va a descubrir. A las diez me encaminé con Chungo a la ventana, dio los tres toques, que eran nuestra contraseña y la ventana se abrió y Chungo penetro.

Pero la semidormida de día, de noche estaba muy despierta y al instante el Chungo, venía de regreso. Yo perdí a mi cuero; sin embargo, al poco tiempo el Chungo se consiguió a la Clelia, mis hechizos dieron resultado supongo y según se, siguen aún casados en Los Ángeles, hacia donde partieron, luego de casarse, muchísimo antes de la guerra.

De haber tenido un poco de paciencia, todos hubiésemos sido felices: el Chungo, la Clelia, mi morena y yo. Pero después de mi cabronada, ya nunca más volvió a hablarme, mucho menos a abrirme la ventana.

*****
Al terminar el bachillerato estaba claro que no tenía recursos para continuar en la Universidad, ya que me había marchado del pupilaje, allá en Cojute, con una generosa condonación de las últimas tres mesadas no canceladas. De modo que acudí donde mi madrina, cuyo esposo era personaje influyente dentro del partido en el poder, el PCN, que aún sigue vivo de manera increíble. Y el pacona, que así les decían a los del PCN, me consiguió, según me dijo, un trabajo de maestro en Santa Tecla con el Delegado Departamental, de tal manera que pudiera trabajar y estudiar. Me apersoné donde el Delegado, quien me manifestó que plazas en la ciudad no habían, pero que si quería trabajar, había una en la finca El Rosario en jurisdicción de Comasagua. No tenía otra alternativa y acepté. El Delegado llamó por teléfono y me informó que debería de estar el domingo por la tarde en la entrada a la finca. Así lo hice. Luego de esperar como media hora llegó un hombre de apariencia extranjera en un jeep sin capota. Se estacionó y comenzó a platicar con migo, después de una muy larga conversación, el hombre impaciente, se dijo para si, pero yo pude escucharle, Puta estos maestros son todos iguales, irresponsables hasta la mierda. Mire si ha venido el muy cabrón. En mi temprana juventud lo que menos parecía era un maestro rural, de modo que le dije, yo soy el maestro. Puta, respondió, y por qué no me lo dijo. Pues, porque no me preguntó, respondí. Súbase, hombre, que a recogerlo he venido.

Cuando nos aproximábamos al casco de la finca, alcanzamos a una muchacha joven que caminaba por el polvoriento camino. ¿Te llevamos Rinita?, le gritó, el señor con quien me conducía. No, muchas gracias, fue la respuesta de la joven. Me quedé intrigado por aquel rechazo, pero nada comenté. Me alojaron en una casa de dos aguas, sin energía eléctrica pero si con agua, aunque no me atrevería a decir que era potable. Al rato fue apareciendo la joven y me saludó muy cortésmente. Ella vivía en el otro cuarto de la casa con una compañera. Me había informado el segundo jefe de la finca, quien me había conducido, que tenía derecho a víveres, pero que los profesores se los entregaban a una señora, quien con un recargo nos mandaba la comida.
La primera cena y el primer desayuno, de no haber sido por la Rinita, que me invitó, los hubiera pasado en ayunas. Luego se normalizó la situación. Cuando ya estaba oscuro, oí risas en el cuarto de al lado, había llegado la otra profesora. Una morena achinada muy simpática. La Rinita era pequeña, de bonito cuerpo y unos ojos verdes preciosos. Su hogar era en Comasagua, donde su madre le cuidaba a una pequeña hija que poseía.

Era una finca cafetera, creo que parte de la Cordillera del Bálsamo, donde los árboles no paraban de lagrimear aunque no lloviera, había muchas casas desparramadas en una loma, donde vivían los trabajadores de los niveles medio y superior con sus familias, así como el director de la escuela. Nosotros, los tres profesores, así como otros trabajadores, en la parte baja de la loma. Las casas tenían muchas flores y estaban pintadas todas de blanco con techos de tejas rojas. Se podría decir que el lugar era bonito y quizá por ello, la Rinita, ya llevaba varios años trabajando allí.

Los días fueron pasando, le daba clases a dos grados y era el encargado de la disciplina en la escuela. Con la Rinita nos fuimos haciendo amigos y siempre regresábamos juntos al atardecer, me enteré que era madre soltera y que estaba disponible. Una noche después de asistir a una fiesta en la casa del tercer jefe de la finca y luego de tomar una bebida de chaparro preparado, terminamos cogiendo en mi cuarto. Aquello se hizo una práctica habitual, todas las noches llegaba a mi cuarto y fue con ella que descubrí, aquello de ponerle la almohada debajo de las nalgas a las mujeres para coger más rico. Me contó que su sueño era poder seguir estudiando, sacar una licenciatura en educación, pero que necesitaba del apoyo de un hombre. Pero un hombre que le fuera leal, no como el padre de su niña, que nunca le había ayudado aunque era su responsabilidad hacerlo. Para ella sola resultaba bastante difícil. Yo le prometí ayudarla. Después de tener sexo no es momento para decirle a una mujer que no puede contar con uno. Pero en mis adentros sabía que no era verdad, yo estaba allí para mientras, ganando unos cuantos pesos para entrar a la Universidad. Ya había realizado el examen de admisión y sólo esperaba los resultados para saber si podía matricularme. Un día los supe y cuando llegó el momento de matricularme, lo hice, y no me volví a aparecer por la escuela de la finca El Rosario.

Años después, pero muchos después, me encontré a la Rinita en la UCA. Ella estudiaba licenciatura en educación y yo sociología. Cierta vez en el cafetín le dijo a una compañera, Mirá, el viejo se hace el que no me conoce. Yo, dirigí mi mirada hacia ella y la reconocí en seguida, a pesar de las muchas huellas de la vida que portaba en su rostro donde generalmente éstas se posan. Sólo la saludé en esa ocasión. Después platicamos y me contó algunos pasajes de su vida. Por ejemplo, que el padre de su hija era el viejo con apariencia de extranjero que me condujo en el jeep hasta la finca. Que el muy cabrón la había violado cuando apenas tenía catorce años, cuando llegaba con su madre a cortar café y que durante muchos años albergó la esperanza de que le cumpliera la promesa de casarse con ella, cuando creciera un poco más. Pero yo era una tonta, si él violaba a todas las cipotas que llegábamos a la finca. Aquello era peor que el derecho de pernada en el feudalismo, porque las que salíamos embarazadas, nos resultaba casi imposible el casarnos. Después, seguí en la finca, me dijo, tan sólo para vengarme del hijo de puta. Por eso, no te sintás mal, vos me ayudaste a mi, más de lo que te imaginas. Sufría a mares, el cabrón, sabiendo que yo dormía con vos. Por suerte, para vos, que te viniste, porque ya te tenía en la mira de su fusil y no ibas a ser el primero que se echaba. Mirá, en esas fincas se mataba a la gente, como si fuesen animales.

Vaya y yo que me sentía haber sido un cabrón con ella. Pero es que a lo mejor, siempre lo fui, aunque ella me excusara por haberme utilizado. Pero en el fondo de su alma, estoy seguro, que llegó a enamorarse de mí. ¿O será acaso tan sólo vanidad mía, para no sentirme instrumentalizado, luego de tantos años de haber cargado con aquel presunto pecado?

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La Suyen era mitad guanaca, mitad china. Morena, de pelo negro liso. De ojos rasgados como los orientales. Nalgas pequeñas y piernas bien formadas. Yo le encantaba, decía que era muy ingenioso. Tenía un novio bastante pendejo, ingenuo, digamos para no ser muy cruel, quien nunca se la cogía y ella estaba con todas las ganas del mundo. De tal manera, que le propuse matrimonio. Ella, al principio no lo creía. Cómo voy a creer que usted se quiera casar conmigo, me decía, si usted es bien novio. No, en serio, Suyen, yo me quiero casar con vos. Ya estoy harto de andar jodiendo por la vida y necesito formar un hogar.

La Suyen, con los días, terminó creyendo mis promesas y abrió sus piernas. Cogimos de lo lindo, pero yo nunca más hablé del matrimonio. Cuando comenzó a presionarme, sencillamente, me cambié de trabajo y me olvidé de ella. Por esa época, iba por la vida, tan sólo buscando donde meterla y la que encontraba desprevenida, pues, me la cogía y ya.

Años después, me la encontré, se había casado, aparentemente, tenía un buen hogar y sin embargo; quería seguir cogiendo con migo. No se por qué. Nunca lo entendí. Hasta que una amiga de ella y mía, me lo contó todo. La muy hija deputa, quería vengarse de lo que le había hecho. Pero no se pudo, aunque bien que me lo merecía. Sin embargo, estuvo a punto de lograrlo, su marido un puto internacional había contraído SIDA y la había contagiado, al saberlo, además de todas las reflexiones que se hacen, del dolor y la rabia que aparecen, ella pensó que yo era el responsable de su situación, si yo me hubiese casado con ella, nuca habría contraído el SIDA, de modo que decidió cobrárselas con migo, por eso quería nuevamente poseerme, pero no se pudo.
Y no se pudo porque yo buscando alejarme del alcohol que tanto daño me había hecho, ingresé a los Alcohólicos Anónimos y allí con sus normas y principios, entendí que una infidelidad me podría nuevamente llevar al alcoholismo y yo andaba queriendo librarme del mismo, de modo que no me dejé seducir, no me dejé poseer por ella. Y mire de lo que me libré, sin saberlo. Pero es que mi Diosito, me tenía preparado un futuro diferente, nunca quiso que muriese joven. Sin embargo, aún no se para qué, qué me tenía reservado?

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