lunes, 14 de septiembre de 2009

Capítulo 8: La chica con manos de picapedrero


¿Y qué sería de aquella chica bonita que conocí cuando llegué a estudiar el bachillerato en Cojutepeque y cuyo novio se encontraba en Costa Rica? ¿Quién sabe? Ni siquiera recuerdo su nombre, pero si recuerdo cuando, me invitó a una feria en la Escuela Nacional de Agricultura y nos fuimos al monte, donde nos montamos con todas las ansias reprimidas del pasado. Aunque tenía una peculiaridad, no permitía que la tocara, lo cual dificultaba la relación. También recuerdo haber amanecido con ella en una pensión de mala muerte en el centro de San Salvador. Nos encontramos en algún lugar y bebimos. Luego no se ni cómo fuimos a parar a aquella pensión. Seguramente perdimos a propósito el último bus a Cojute y buscamos donde hacernos el amor, estimulados por la ebriedad y nuestro reencuentro. Pero todo esto ocurrió luego de mi regreso de Moscú, cuando me dediqué a saldar deudas sexuales, ya que cuando estudiaba bachillerato no me atrevía a tener sexo con mis novias, le temía al matrimonio y en los pueblos, donde yo me crié, la preñez se paga con el casamiento. Lo cual, no quería decir que no te pudieras coger a la doméstica del pupilaje donde vivías. Sobre todo cuando el hijo de los dueños, te señalaba el camino. Aunque el iba de primero al principio, después yo me convertí en el amo y señor, de aquella fogosa nonalqueña. Buenas piernas, buenas tetas, cogía siempre, fingiendo dormir, aunque luego ya no quiso hacerlo con mi amigo.

Ella, la chica, no la doméstica, obviamente, estudiaba en el colegio de las monjas y todos los días la veía pasar con su uniforme azul y blanco, su cara era bonita, de pequeña estatura y besaba bien rico, pero lo más destacable en su persona eran sus manos calludas, propias de un picapedrero. Nos encontrábamos en el cine y en cierta ocasión el celador del cine, al encontrarnos enrollados como masacuatas, mientras nos amontonábamos, nos dijo: Busquen pensión hijos de puta. El celador no sólo celaba por el buen orden en el cine, sino por lo bonita que estaba mi mamacita. Pero tenía una manos charras, duras, callosas, decían que porque le tocaba lavar la ropa de la familia, su madre había muerto y ella cargaba con las obligaciones maternas. ¿Machismo?

Cuando ya tenía automóvil, esto es cuando ya me había casado, en cierta ocasión nocturnal me la topé esperando un jalón cerca de la Terminal de Autobuses de Oriente, ya cerrada a causa de la hora avanzada, pero no quiso que la llevara, por entonces ya no me quería, sino más bien parecía odiarme, ya que llegaba a bebederos a los que sabía que yo frecuentaba y lo hacía, cada vez con un bicho distinto, todos jóvenes menores de edad que ella, presuntamente alumnos suyos, con los cuales pensaba darme celos. Pobrecilla, para ese entonces, cuando me cansaba de mi mujer, visitaba los burdeles: que el Fori Fay, que El Palo Verde, que la Casa Rosada, que la Punta del Este, donde había las putas más caras de San Salvador. O los night club, donde estaba aquella famosa puta que giraba una chiche con un listón fosforecente y que se miraba precioso en la penumbra del escenario. A la puta le encantaba que le gritáramos: Ahora con la otra. Y lo hacía. Luego gritábamos: Con las dos y giraba ambas tetas. Lo que en aquel momento no pensé, es como estarían de estiradas aquellas sus chiches, como para que giraran al ritmo de la música de circo o del show, para ser benevolente, en aquel sórdido espectáculo.

Esta chava, la de manos de picapedrero, cuyo novio estaba en Costa Rica y que a su regreso para las navidades se enteró de su infidelidad, tal parecía que la amaba, porque llegó al extremo de ir a buscarme a Ilobasco, el pueblo donde nací. Pero para su mala fortuna no me encontró, pero en todo caso, qué lograba con pijiarme o amenazarme. Si la chica le era infiel, no era por mis maravillas masculinas, sino porque sencillamente no lo amaba. Esto es algo que los hombres celosos nunca logramos entender, hasta que llegamos a una edad, en la cual ya ni celos experimentamos, ¿Será porque la impotencia nos baja cualquier orgullo? Esto de llegar a viejo es una mierda, se gana en sabiduría pero cuando ésta ya no tiene utilidad práctica, al menos, en cosas de mujeres que es de lo que aquí tratamos. Es verdad, que siempre tienes el recurso de la lengua o del dedo, pero qué va, estás acabado. Esa es la mera verdad. Pero esta historia no concluye aquí, es necesario aclarar algunos cabos sueltos: como son los celos del presunto amante, por mi birlado.

Si hay un hombre peligroso ese es el hombre celoso, se lo digo porque la chica de manos callosas, lo sufrió en carne propia. Ella, la verdad es que nunca lo había amado, porque lo sentía homosexual. Aunque pretendía ser muy macho. Pero ella lo sentía, y en esto de detectar homosexuales, las mujeres son muy hábiles, los huelen a mil kilómetros de distancia, y ella lo sabía, ella lo sentía, ella lo olfateaba, ella no tenía ninguna duda de que el hombre la usaba tan sólo como pantalla, para esconder su homosexualidad; sin embargo, le costó caro el no haberle seguido el juego. Pero cómo se iba a imaginar de lo que era capaz aquel cobarde.

Cierta noche, la invitó a salir en su automóvil, ella aceptó, porque no sospechaba nada, saldría con él como lo había hecho en múltiples ocasiones. La única diferencia ahora es que él sabía que ella había salido conmigo y en su mente retorcida hasta imaginó que yo me la había cogido y yo, en esa época era célibe con mis novias. Se dirigieron por una calle solitaria, hasta llegar a Cujuapa, una playa desolada por el lado cojutepecano del lago de Ilopango, allí tenía apostados a cinco viejos trabajadores de su finca, a quienes les había ofrecido un bomboncito para esa noche. Lo único que tenían que hacer era simular un ataque y después de inmovilizarlo a él, su patrón, debían proceder a violar a la chica. Dicho y hecho. Los cinco la violaron y se reían mientras lo hacían, porque ellos ya sabían que su patrón era culero, pero nunca entendieron porque les pagó para violarla, lo hubieran hecho de gratis.
Después de conocer su historia, que la vine a conocer ahora ya de viejo, se me hacen comprensibles algunas cosas de su conducta y de ser ciertas mis sospechas, tuve suerte de haber salido bien librado. Aquellos jóvenes que amanecían degollados… ¿Acaso no podrían haber sido obra suya?

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